Después de un rato extrañamente callado, Lucho, mi amigo imaginario al que, por fortuna, nadie más puede ver, se encendió un cigarrillo, porque fuma, sí, pese a ser imaginario, fuma y mucho, me miró a los ojos, como un crío, y me dijo: Yo siempre, durante toda mi vida, he buscado algo más. Eso fue lo que dijo. Me gusta que se ponga melancólico de vez en cuando, esto es solo un inciso. No sé por qué, pero me gusta, ya ves. Y sí, en efecto, algunos hombres buscan algo más. Y algunas mujeres también, claro. Hay millones de hombres y mujeres que ansían y anhelan algo más. En realidad, todos anhelamos algo más. No sabemos muy bien qué, claro. Esa es la cuestión, que es difícil de explicar. Pero sentimos que eso da sentido a nuestras vidas. Que les da un significado: ese algo más que buscamos. Ese plus. Que no sabemos explicar, pero que lógicamente debería ser algo maravilloso, obvio, supongo. Llamadlo cada cual como queráis. Lo maravilloso es una sed del alma humana. Por ejemplo, ¿qué sería de ti sin lo maravilloso? ¿Lo has pensado? Nada. No sería nada. De ti, sin lo maravilloso, no sería nada. Todo lo que eres es gracias a lo maravilloso, es decir, a lo que ansías y anhelas por encima de todo. No sé si me explico. Por ejemplo, el alcalde de Vigo, el tipo ese, el de las luces de navidad, el que se ríe como un muñeco (no como Mañueco, ojo, sino como un muñeco, un poco siniestro, incluso), ¿qué sería ese tipo sin sus luces de navidad que baten récords mundiales? Pues nada. No sería nada. Para él, lo maravilloso son sus luces. Se las quitas y le jodes vivo. Ya puede haber restricciones, recomendaciones del gobierno o lo que sea, ese tipo hará lo que haga falta para encender sus putas luces. Somos así. Los humanos, digo, todos. Seres transcendentales. No lo podemos evitar. Buscamos la belleza. Lo triste es que a veces estamos dispuestos a llamar belleza a cualquier mierda, claro. Esa es la cosa.