Es inevitable mirar a EEUU cuando se celebran elecciones importantes. Lo que ocurre en EEUU afecta a todo el mundo, por muy lejos que nos pille aquí. Incluso aunque el Imperio muestre cada vez más luminosas señales de agotamiento. Su devenir también arrastra a Europa. Más si estaban en juego de nuevo los valores más básicos de la democracia. Los republicanos han ganado el Congreso y la mayoría en el Senado aún se mantiene en el aire, pero su victoria no ha supuesto la inmensa ola trumpista que auguraban las encuestas. De hecho, los candidatos más extremistas del Partido Republicano han sido derrotados en las urnas. Eso es una buena noticia para la democracia. Con las bases sociales y políticas más polarizadas si cabe que hace dos años, con los demócratas acometiendo un difícil mandato marcado por la alta inflación, la lucha contra el covid o la división interna del partido y con un presidente Biden en caída libre de popularidad, han conseguido salvar los muebles. O eso parece. Si esa derrota se consumaría finalmente también en el Senado, la situación de inestabilidad poítica sería aún mayor para Biden y el conjunto del mundo. Es cierto que Trump tiene aún una amplia base de seguidores en EEUU, pero también lo es que su discurso es todavía un vehículo movilizador de millones de electores para poner freno a sus desvaríos y delirios. De hecho, el intento de anular el derecho al aborto que portaban como bandera muchos candidatos republicanos se ha convertido en un elemento favorable para los demócratas que han cosechado millones de votos de quienes se oponen a esa política. En parte, que no se cumplieran la expectativas de la extrema derecha trumpista del Partido Republicano es también una respuesta de rechazo a los habituales hechos alternativos con los que Trump pretende fundamentar su errático discurso político, ideológico y de gestión. Incluso cuestionando desde la base la credibilidad de todo el sistema democrático de EEUU. En eso está desde el primer minuto de su mandato. Ya sea su discurso contra el cambio climático y las políticas de protección medioambiental, ya su descarnado mensaje de odio racista permanente, ya su alocada política internacional, ya la justificación de la tortura y su apuesta por la vulneración de los derechos humanos para proteger intereses económicos, multinacionales, financieros, etcétera. Su propuesta populista y extremista mezcla de forma caótica tópicos de la derecha más ultraconservadora con posiciones económicas sin orden ni concierto. Pese a que la victoria de los republicanos parezca pírrica, todo a punta a que los mensajes y propuestas de Trum siguen vivos y activos en extensas capas de la sociedad estadounidense y que continuarán los dos años de presidencia que le quedan aún a Biden, un futuro cercano todavía más incierto e imprevisible en sus consecuencias. Sin olvidar que Trump sabe sobrevivir a todas sus derrotas, los resultados del martes son un obstáculo más para su intención de concurrir de nuevo a las presidenciales de 2024. Tampoco el establishment demócrata es ninguna garantía de defensa de la democracia y los derechos humanos si eso es muy arriesgado, pero al menos queda claro que asumir un discurso decadente de confrontación, miedo y odio que desgasta la democracia –o a lo que queda de ella–, no parece interesante para millones de ciudadanos. Es lo más positivo, creo.