El Prestige sale a flote en los aniversarios del naufragio como el barco fantasma de ‘El holandés errante’. O como el Titánic y su renovada leyenda, cada año más gruesa en detalles, personajes y nuevos hallazgos. El fondo del mar es un espacio abierto a la ficción. También a la reflexión. En ‘La fortuna’, una serie de televisión que trata sobre el expolio del tesoro de un galeón español hundido en combate, se recoge la siguiente meditación: “Sabemos que los piratas aún existen, siempre existirán, pero también hay quienes estén dispuestos a luchar por lo que es justo, a perseverar en el camino correcto, deshacer entuertos y reparar los daños”. Peligrosa e inquietante canalla la de los piratas de tierra adentro, ajenos a toda la mística de las tibias y la calavera, sembrando su navegación de despojos. En el barco de enfrente siempre hay quien lucha por lo que es justo: el filibusterismo en torno al accidente del Prestige y su gestión encontró la respuesta del movimiento Nunca Máis a pie de calle; la fuga de petróleo causó un desastre mediambiental de grandes dimensiones reparado por miles de voluntarios. Sin embargo, aquello pasó y el mar sigue recogiendo a diario el chapapote humano en forma de vertidos sin control y desechos de plástico. No es el camino correcto. Y el daño puede ser irreparable. Quedan muchos piratas tuertos de los dos ojos.