La cola empezaba en la trasera del ayuntamiento y se estiraba hasta el Iruñazarra. Allí algunos cogieron fuerzas con un carajillo de los de antes, no en vano aquella cola bien merecía 365 días de espera. Yo bajaba al mercado a por el cardo de Nochebuena y me encontré a Xabi Tabarga, ese amigo de la infancia que también esperaba esos doce meses sin piedad. Me extrañó verlo allí pues la edad media de esa cola rondaba los 70 pasados. Me dijo, en su justa defensa, que incluso un hombre centenario hacía planes para mañana. Y para eso se necesita un calendario. Eso nos dio pie a hablar de cómo nos pasa el tiempo, de la velocidad de las cosas y del último libro que había leído: Un instante eterno, filosofía de la longevidad de Pascal Bruckner.

De cómo nos pasaba el tiempo coincidíamos en una cita de Keith Richards que decía: “no me siento viejo en absoluto, excepto cuando me afeito y me veo en el espejo”. Luego Xabi me preguntó si no había notado que cada vez hay menos cosas materiales que son sustituidas por una digitalización desmaterializada, como voces sin cuerpo. Sí, pero entonces, para qué quieres un calendario, le pregunté. Porque en este calendario, dijo, caben todas esas cosas que todavía importan, como las citas del médico, los aniversarios de las sobrinas, las tareas y los asuntos varios, en fin, todas esas cosas que se nutren del estimulo de la sorpresa.

La cola avanzaba hacia la trasera del ayuntamiento mientras Xabi hablaba del libro de Pascal Bruckner. De una frase que le recordaba a ese calendario: “Algunos días son meras puertas que nos van llevando a lo largo de la semana, otros son mazmorras de las que estamos ansiosos por salir, y otros tienen la claridad de una ventana abierta de par en par”.

En estas llegamos al mostrador donde se recogían los calendarios. Lo siento, se han acabado ya nos dijeron.

Zorionak eta urte berri on.