Todos los domingos, puntualmente, me llega un whatsapp de N más o menos a la misma hora. Nunca se adelanta y es excepcional que se retrase. El mensaje siempre es la foto de una ilustración realizada a partir de una palabra. Son obras de artistas de diferentes nacionalidades y, por lo tanto, las palabras están en diferentes idiomas. Hace un par de semanas la palabra estaba escrita en caracteres coreanos y la ilustración presentaba a una mujer dejándose flotar de espaldas. A su lado, un Gerris lacustris, un zapatero, posaba sus cuatro patitas en el agua tranquila hundiéndola levemente, como si tuviera la consistencia de una almohada, lo que a mí me sugería verano, río, calor, verde, paz, tiempo detenido y un par de lugares concretos. Por suerte, la ilustración aportaba la pronunciación de la palabra, goyo, y su significado, quietud.

Luego pensé que lo del tiempo detenido no era correcto o, mejor dicho, me delata. Creo que usar esa expresión revela el deseo inútil de que este tiempo de flotación, de solo ser, no corra, porque, me temo, tengo la terrible compulsión de aprovecharlo y por aprovecharlo entiendo hacer las cosas útiles o necesarias que anoto en la agenda y las que no hace falta ni registrar. Una tiranía como otra cualquiera.

Ha venido a salvarme Byung-Chul Han, que me tendrá un tiempo entretenida dándome razones para huir de la lógica de la actividad continuada y productiva. Acaba de llegar a las librerías su último libro, Vida contemplativa, elogio de la inactividad. Voy en la página 24, así que no puedo decirles demasiado, pero les dejo una frase para la semana: el fin último de los esfuerzos humanos es la inactividad. Es la síntesis de eso de cuando llegue, cuando consiga, cuando termine… entonces podré descansar. Quiero flotar ahora.