Estoy ahí, me temo, un día más y de repente, en el cielo, se me aparece la cara gigante de Louise Glück. Y me dice: Miramos el mundo una vez, en la infancia. El resto es memoria. Me lo dice al oído, en voz baja. Y acto seguido, sin más, desaparece. Y qué quieres que te diga, muy de acuerdo contigo, Louise, tienes toda la razón. No obstante, querida, el mundo de la infancia solo era un poco más austero que este. ¿Sería tal vez ese su encanto? Ah, el dorado mundo de la infancia con su deslumbrante austeridad, se dice uno a sí mismo, a veces. No obstante, ¿te gustaría volver?, me pregunta Lucho. Y le digo: Puede que un ratito, pero no más. Al mundo de la infancia le faltaban cosas. Para empezar, había que ponerle buenas carreteras. Y hacer puentes. Y hacer aceras. Y pasarelas, que es a donde quería yo llegar. Ah, nos tirábamos por la cuesta rompeculos y pasábamos la tarde en las pasarelas de antaño haciendo txipi-txapas. Viejos tiempos que no volverán. Siempre nos quedarán nuestros recuerdos, vale. Sin embargo, Lucho opina que este alcalde pasará a la historia con el sobrenombre de El ciclista. Por lo mucho que ha hecho en favor de la bicicleta, dice. Pero yo discrepo. Porque, aunque te reconozco que no he visto tanto carril bici ni en Amsterdam en sus mejores tiempos, creo que sería más justo llamarle: El de la pasarela. La pasarela del Labrit era su sueño primigenio. Y mira: por fin se ha cumplido. Ha costado, de acuerdo, pero ya está. Y admitámoslo: todos hemos pasado algunos buenos ratos comentando los pormenores. ¿Cuándo la empezaron? No me acuerdo, jejé. En fin, ha sido una historia de misterio, supongo. No obstante, Lucho dice que, si no pasa la procesión de semana santa por la pasarela, él no se atreve a cruzarla. Quiere que la bendigan. Que si no, no se fía, dice. Y tiene razón. Además, serviría como test de resistencia, digo yo. No sé que pensará la gente de bien.