Para rato

“Hay coalición para rato”, proclamó el ministro español de la Presidencia y capataz mayor de la sala de máquinas de Moncloa, Félix Bolaños. En el fútbol, una declaración así referida a la continuidad de un entrenador suele traducirse sistemáticamente en destitución unas horas o unos días después. Aquí, sin embargo, no cabe dudar de la firmeza del vaticinio del hechicero de la tribu socialista. Hay coalición para rato. Para tanto rato como Sánchez quiera hacer durar la legislatura, que todo indica que será hasta el último minuto. Por puro apego al poder, pero, además, porque el individuo que se tiene por estadista interestelar no va a renunciar por nada a la presidencia de la UE que le aguarda a partir del 1 de julio. No habrá cuchillada lo suficiente profunda de sus presuntos socios morados que pueda desviar de su trayectoria a quien ya se sabe con un lugar (o dos) en la Historia.

Tragar quina

Y basta remitirse a la sucesión de pruebas presentadas. Esas palabras de Bolaños llegaban después de que todas las portavoces de Podemos con asiento y sin asiento en el Consejo de ministros lleven meses vertiendo acusaciones durísimas contra su socio a cuenta de la fallida ley del Solo sí es sí. Lo más reciente, y por partida cuádruple, la imputación de estar traicionando al feminismo y la agitación de la calle para que las movilizaciones de ayer se convirtieran en un clamor contra el PSOE. O, peor todavía, en el encimamiento agresivo de las dirigentes socialistas que participaran en las marchas. Pero ni por esas. Una vez más, la respuesta de los disciplinados y humillados ha sido algún que otro mecachislapera inmediatamente seguido de un propósito por llevarse bien con quienes les están tratando a zurriagazo limpio, es decir, sucio. Ahí tienen, sin ir más lejos, a la otra Montero, María Jesús, prometiendo que su partido se iba a esforzar por devolver las aguas a su cauce.

Podemos también se queda

Ese cauce será, no lo dudemos, el de nuevas broncas. Podemos (y a ratos, Unidas) tiene la medida tomada a su pagador de rondas. Ya ha visto que puede no solo discrepar, como es del todo razonable en cualquier coalición, sino mostrar las más agrias de las discrepancias en cuestiones nucleares. Discrepancias abismales —esa es otra— que no les hacen abandonar el gobierno por su propio pie. Si tuvieran una cuarta parte de los principios que proclaman los todavía liderados por Pablo Iglesias, no podrían estar un minuto más en un ejecutivo, según ellos, machista, belicista, represor de inmigrantes en Melilla y traidor al pueblo saharaui. Pero ahí siguen.