Pido mil perdones a mi difunta y venerada Audrey Hepburn por el retruécano a costa de su más legendario film (con permiso de los críticos), pero no puedo dejar de observar cierto paralelismo entre su personaje en Desayuno con diamantes e Isabel Díaz Ayuso, ínclita virreina de La Castellana, baronesa de Las Cañitas de Serrano y Núñez de Balboa... y archipámpana de la Puerta del Sol “y si no la abro yo aquí no amanece y olé”. No sé lo que durará la chiquilla, ni tengo tanta mala saña (¿lo pillan?) como para sentir una prisa acuciante por envasarla en un féretro de Loewe con pegatinas de Snoopy, pero no puedo evitar pensar en quien se coma el marrón de redactar y maquetar esa esquela: o le dan las páginas centrales del periódico que se haga cargo de notificar el óbito a los fieles, o se deja la vista intentando comprimir tantísimo ego en un espacio de tamaño convencional. ¿Un logro que bien merecería un brindis por todo lo alto? Claro que sí: un Tchin Tchin Afflelou de por vida a quince dioptrías por ojo. Y a disfrutar de refranes y frases hechas como “ojos que no ven...”, “se veía venir” o “parece que te ha mirado un tuerto”. Pero ya vale. Esta simpática mezcla de crueldad y entusiasmo me hace desviar la mirada (y dale) de mi objetivo principal y divago. Así que retomo.

Por supuesto, el parecido Hepburn-Ayuso es meramente visual, porque lo cierto es que Ayuso, en las fotos, proyecta una imagen entre mosquita muerta y “yo no he roto un plato en mi vida” (normal, los rompe la asistenta que es la que pone la mesa y luego friega) que se viene siempre abajo con sus excesos verbales. Pongamos por poner: “Hoy la izquierda está acabada. Matadlos”. Un mensaje enviado por ella a los móviles de sus diputados en Madrid aprovechando las varias crisis del gobierno de coalición y algunas victorias propias en alguno de los abundantes frentes que tiene abiertos. ¿Fue una nueva ida de olla?... ¿Un nuevo egotrip?... ¿Un fallo en la medicación? Prefiero pensar que cualquiera de los tres o todos a un tiempo porque, si no, podríamos hablar de un delito de odio como los que le gusta denunciar de otros partidos. De ese delito y de otro de plagio por copia barata de Marlon Brando en El Padrino. Por eso le reitero mis sinceras disculpas, Audrey Hepburn de mi corazón.

Pero hay algo en esa paradoja de Ayuso que me desconcierta profundamente: si no hubiera leído o escuchado sus exabruptos, podría haberme parecido una mujer atractiva. Pero ya conocido el percal, aunque no personalmente, no me sentaría a su lado a tomar un café por miedo a que me saque los ojos con la cucharilla. La creo capaz. Además, me genera otras dudas, porque si la igualdad consiste en que una presidenta autonómica, con cara de novicia del cine español de los 50, hable como un pandillero de gorra al revés y navaja automática en el bolsillo... no sé yo. Vuelvo a imaginármela, esta vez con la visera para atrás y la sirla ya abierta en la mano: “¿No querías igualdad, rojeras de mierda? Pues ahora te la voy a dar con un pinchazo en la garganta y voy a hacerme unos pendientes ya sabes con qué”. Aunque para nada sea una excepción que confirme el rancio axioma de “calladita estás más guapa”, lo cierto es que asusta bastante.

Y eso vestidita con su camisita y su canesú, porque si la evocas con una armadura de Juego de Tronos es muy probable que no vuelvas a dormir tranquilo en meses. 

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