El espejo

Guardo un recuerdo muy fresco de aquel 10 de abril de 1998 en que se anunció la firma de los Acuerdos de Belfast (o de Stormont), que quedarían en los libros de Historia como los Acuerdos de Viernes Santo por el señalado día en que se rubricaron. Desde nuestro terruño, la noticia se vivió, además de con alegría, con una envidia sana. No en vano, de entre todos los conflictos del mundo, habíamos escogido el de Irlanda del Norte como espejo en el que mirarnos. Era más bien una cuestión de romanticismo que un análisis sustentado en hechos. Indudablemente, hay algunas similitudes entre nuestros pueblos –un idioma ancestral, el color verde, la fuerza del catolicismo...–, pero, por fortuna para nosotros, la intensidad y la gravedad de los contenciosos no soportan un paralelismo serio. Para empezar, aquí nunca ha habido dos comunidades perfectamente diferenciables que se odian y se quieren eliminar mutuamente. Y si comparamos muertos, por brutales que parezcan, nuestro millar y medio (parte de ETA; parte de grupos policiales y parapoliciales) palidecen al lado de las 4.000 mal contadas víctimas oficiales en las islas.

Esperanza

Pero quizá por eso mismo, porque allá había una auténtica guerra civil, aquí sentimos una inyección de esperanza al ver cómo los enemigos irreconciliables eran capaces de sentarse alrededor de una mesa y alcanzar un pacto. No sospechábamos que tardaríamos 13 años en llegar a una situación parecida, y que por medio habría dos intentos negociadores fallidos que nos llenarían de frustración. A partir de ahí, ha seguido habiendo similitudes en la evolución de ambos procesos, pero cada uno ha tirado por su lado, como no podía ser de otra manera cuando, como se ha apuntado, los orígenes, el desarrollo y el contexto no tienen demasiado que ver. Mientras en Euskal Herria, las asignaturas pendientes que nos quedan, parece haber una vocación de no repetición, en Irlanda del Norte no está tan claro.

150 asesinatos

En la conmemoración de este cuarto de siglo desde la emblemática fecha se está evidenciando que, si bien los episodios más graves de violencia no se han repetido, no ha dejado de haber encontronazos. Hay registros de casi 3.000 tiroteos entre las facciones disidentes de ambos bandos, de la colocación de un millar de bombas y, lo más grave, de 150 asesinatos que, salvo en el caso de Omagh, no han tenido gran repercusión pública. Mientras, las dos comunidades enfrentadas siguen viviendo de espaldas y sin la menor reflexión crítica del pasado. Quizá sea todo a lo que se pueda aspirar.