Cualquier insulto es intolerable, sea racista o no. No veo qué diferencia negro de gordo o mono de enano o maricón de hijoputa. Reitero: todos esos insultos en los que incluso algunos hemos podido caer en momentos de tensión futbolera son intolerables y de todos ellos hay que defender a árbitros y jugadores. Pero en todos los campos y con todos los jugadores. Y en todos los deportes, porque no es tolerable que porque el espectador esté con la adrenalina a tope se crea en el derecho de insultar al protagonista del asunto. Eso sí: convengamos también que hay deportistas que provocan constantemente al equipo rival y a las aficiones rivales y que no son conscientes del poder que tiene su comportamiento. Un insulto a Vinicius no es menos racista porque el tipo se esté comportando pésimamente, pero habrá que estar de acuerdo en que el racismo –que existe, como el sexismo, como el ataque a la morfología de cada cual– siempre es más sencillo que aparezca según con quien. La conducta de Vinicius de ninguna manera es una carta blanca para que se le insulte, pero la conducta de Vinicius es dañina como poco, amén de muy victimista en ocasiones. No se trata de aquí haya habido para todos en décadas anteriores y que cuando ibas de Tafalla para abajo te llamaban de etarra para arriba, porque una aberración no exculpa a las otras, pero de esas ha habido millones y nadie movía un dedo. Ahora se mueve por el racismo –correcto, de acuerdo– pero estaremos en sintonía si decimos que influye todo en este bombo que el insultado juega en el equipo que juega y su equipo tiene el inmenso poder mediático que tiene. Esto es así y no verlo es igual de ciego que no querer ver que sí, efectivamente, el deporte a veces saca lo peor de aficionados y practicantes, especialmente el fútbol. Eso sí, querer convertirlo en bailes de salón igual es tanto exagerar como un imposible.