Quise saber si la gente seguía ahí. Si pese a Sánchez, Feijóo, Asirón o Chivite, seguía viva. Si más allá de los pactos, listas más votadas, bloques de progreso, culpas, responsabilidades, liderazgos, acuchillamientos, bloqueos, mayorías, minorías, líneas rojas, dimisiones y declaraciones llenas de plegarias que nadie escucha, la gente seguía ahí. Era verdad que la realidad se había llenado de ficciones. Que la política, así en general, se ha ido de nuestras vidas y que las palabras ya no alcanzan para explicar ni comprender nada, tampoco la vida. ¿Qué me dicen de ese mantra, a derecha e izquierda , de que lo importante es solucionar los problemas de la gente? ¿No les parece que es honesto pero que suena como las gotas de un grifo que no cierra bien?

Así que quise saber si esa gente que va por la vida agotada y sin tiempo, como usted, su vecina, el carnicero, la pescatera, el profe de su hija, su médica, o su cuñado, seguía como si nada hubiera cambiado sus rutinas. Si seguía cogiendo la villavesa cada mañana, echándose el primer café antes de ir al curro, al centro de salud, o al mercado. Si seguía al frente de sus fantasías, agobios, enfermedades, ilusiones, hipotecas, alquileres, crianzas, cuidados y tardes de domingo llenas de melancolía. Si esa gente que había nacido sin línea de fortuna, seguía a ahí. Por encima de toda esta hojarasca discursiva.

Claro que seguía. Aunque este tiempo les haya robado todas sus certezas y muchas de sus inquietudes queden fuera de las agendas institucionales.

Un amigo me dijo ayer que la abstención del 23 de julio olerá como una ración de sardinas a la brasa en cualquier chiringuito. Le dije que quizás entonces haya que entender ese malestar impugnativo. Y que en todo caso, como dice Alba Rico, solo el voto puede impedir que nos arranquen esos últimos botones que están ya a punto de caerse.