Degenerando

Ya verán cómo no soy el único que hoy cita las celebérrimas palabras del legendario torero Juan Belmonte cuando le preguntaron cómo era posible que su banderillero Joaquín Miranda llegara a gobernador civil de la dictadura franquista en los años cuarenta del sigo pasado. “Pues cómo va ser: degenerando, degenerando”. Lo dicho por el trianense al que Manuel Chaves Nogales dedicó un maravilloso libro es más que seguro que sirva para explicar cómo el antiguo torturador y matarife de toros, amén de eximio dirigente de Vox, Vicente Barrera ha conseguido la vicepresidencia de la Comunitat de Valencia y, de propina, la consejería de Cultura. Sí, lo silabeo: cul-tu-ra. Claro que la degeneración, en este caso, no ha sido tanto la suya como la del partido que le ha abierto a los abascálidos la puerta grande del gobierno de una de las comunidades con más peso específico en el conjunto del Estado. Hablamos, oh sí, del moderado y zizagueante PP.

Vuelta al pasado

Y ojo, que por si no fuera suficiente escarnio que a un fulano con ese currículum lo hayan convertido en número dos del gobierno y titular de la misma cartera que se ocupa de las artes que alimentan el espíritu, Vox se ha llevado las consejerías de Justicia e Interior —tiemblen después de haber reído— y la de Agricultura. De propina, los ultramontanos consiguen que la violencia machista pase a llamarse “intrafamiliar”, cargarse de un plumazo las instituciones que trabajaban a favor del plurilingüismo y, ¡otra vez!, levantar una guillotina sobre el ente público de Radio y Televisión. Francisco Camps, desde el banquillo en que atiende su enésimo juicio, y Rita Barberá, desde el más allá, tienen motivos para sentirse reivindicados. O mejor dicho, para sentirse vengados. Esta santa alianza en la comunidad que se replicará —apuesten algo— en la capital tiene toda la pinta de ser la versión corregida y aumentada del paraíso de la corrupción, la desigualdad y la impunidad de los años del azarismo-rajoyismo.

¿Factura?

De lo suyo gasta, en todo caso, el mesías Alberto Núñez Feijóo, si tiene calculado que, a cinco semanas de las elecciones que pueden llevarlo a La Moncloa, esta exhibición impúdica de entreguismo a la derecha más caspurienta no le va a pasar factura. Cenizo por naturaleza, confieso que me cuento entre los que temen que, de hecho, la operación valenciana puede obrar como estímulo y acicate para acrecentar sus posibilidades de ser investido presidente del Gobierno español. Sobre todo, si las pretendidas izquierdas se dedican, como hasta ahora, a hostiarse entre sí.