Lo que hay en el Palacio de la Moncloa al servicio del presidente del Gobierno es una estructura inmensa, que lleva años creciendo sin límite, y que constituye un espacio notablemente opaco. La plantilla y los sueldos no tienen un mínimo nivel de transparencia, y la potestad de contratar servicios está protegida en la umbría de los secretos de Estado. Pero, sobre todo, nadie sería capaz de demostrar que lo que ahí se hace sea trabajar por los intereses comunes -lo propio de una estructura de Gobierno- o por los intereses electorales de un partido –lo propio de una estructura electoral–. Fuentes allegadas te cuentan que diariamente se elaboran informes y análisis cuantitativos y cualitativos de todo lo que ocurre, de lo que dicen los medios o lo que se comenta en las redes sociales. Que la unidad encargada de los asuntos de seguridad puede requerir información casi ilimitada a las dependencias de la administración. Y que se elabora una serie especial de encuestas (los llamados “trackings”) que, muy al margen de la basurilla que el CIS emite para el populacho, afinan muchísimo más el estado real de la opinión pública. Parte de todo este tinglado proviene de los tiempos del caradura de Iván Redondo, que no obstante sus muy limitadas capacidades reales se jactaba de ser el creador de un modelo técnico-científico para la definición de la estrategia política. Como pagaba el contribuyente, montó esa especie de “situation room 24/7”, creyendo que él sería el dueño eterno de un juguete por el que le pagarían bien si lo dejaba usar.

De resultas de todo esto, se supone que Sánchez dispone de una metodología exacta para decidir y no equivocarse. Si puede entrar en la mente de los electores casi a cada instante, es capaz de modular cada una de sus intervenciones y palabras tratando de complacer a la parroquia, y ese es el componente principal del éxito en el mercado electoral. Lo que falla en la pauta es la personalidad del personaje, que siempre se ha considerado de superior nivel al resto, dotado de una luz especial, capaz de supervivir y vencer a las circunstancias adversas. De ahí que la decisión clave de su mandato, el adelanto electoral a un día de tórrido verano, haya nacido de manera súbita, en poco tiempo, como consecuencia de unos resultados electorales que se acabaron de tabular sólo diez horas antes de firmar la disolución el Parlamento. Para lanzarse así al precipicio no hizo falta generar un informe exhaustivo, bastó el arrojo del presidente, que sabe más que toda la demoscopia que se está pagando.

Para lo que sí se están empleando los sondeos monclovitas es para pautar los contenidos de los mensajes que Sánchez dispersa. Antes de las elecciones municipales fue la turra de la vivienda. No había día en el que no surgiera alguna propuesta, desde ayudas al alquiler hasta promociones inmensas en terrenos del ejército. Por supuesto, el origen del frenesí era que se había detectado desafección entre los votantes más jóvenes. Daba igual que, como aquí contamos, las competencias no dependieran tanto del Estado como de comunidades y ayuntamientos. A pesar de eso, era Sánchez y solo Sánchez el que se presentó como sumo hacedor. Ni que decir tiene que todas aquellas promesas hoy son nada, que no se ha tomado ninguna decisión tras la campaña, y que si te he visto no me acuerdo. Ahora tenemos motivos para pensar que hay una nueva encuesta en Moncloa que dice que una buena parte de los hombres de este país estamos hartos de tener que examinar si en algo somos culpables por ofensas a la mujer, maltrato o delitos sexuales. Porque le dijo Sánchez a Alsina que “Hay una impresión, sobre todo de hombres de 40, 50 años, que han visto discursos incómodos hacia ellos. Hemos retrocedido en discursos planteados más como confrontación que como integración. Es objetivo, tengo amigos que se han sentido así”. Un compadre de Sánchez le ha hablado de Irene Montero, parece. Y como consecuencia, ha de hacer política según su bro. Pero sobre todo, tiene que disimular, porque ese supuesto discurso incómodo no parece ser cosa de él. Haber mantenido dentro de su Gobierno a quienes lo han construido y machacado, un día sí y otro también, es ineludible responsabilidad de Sánchez. Aunque lo que verdaderamente le importe al personaje es lo que le diga una encuesta cada desayuno, su amiguete invisible, y el guión que deba representar a continuación.