Fin de año, el vivido ayer en la plaza, como ocurre cada 14 de julio, donde nadie parece querer irse del coso pamplonés. Escribo en directo mientras Colombo va paseando su segunda oreja, que le permitió salir por la Puerta del Encierro. Y con él, último del ciclo, habrán sido siete, nada más y nada menos. Pero antes de incidir en ello, y en los toros de Miura, hablar del desgraciado percance que llevó a Rubén Pinar en el minuto 1 de juego al hule. Un golpe terrible en la caída producida por un revolcón le hacía perder el conocimiento, y recuperado y queriendo salir, como suelen querer siempre los matadores, era trasladado al hospital a ver si con un TAC nos quedábamos todos más tranquilos.

Lo del minuto 1 no es que tenga que ver mucho con esto de los toros, pero entre que la UEFA es una mafia, Osasuna oé, oé y demás, igual acabamos dando orejas en El Sadar y en la plaza vemos correr la pelota. Tras el percance, otra vez dos toreros, los segundos en este año, se hacían cargo de los seis toros, tres a tres, con el esfuerzo que ello conlleva, y con los llamados Miura que tanto aterrorizan a más de uno. Pero si dignificaba el personal lo nobles que se habían comportado en el encierro, sepan bien que por la tarde no se comieron a nadie. El resbalón de Pinar, cayendo a la cara de un toro recién salido a la arena, fue porque el animal está ahí para eso. Coger y voltear lo que tiene delante. Como seguro harían casi todos los toros del campo español. Porque el ganado de lidia no es cualquier cosa. Ataca, acomete, coge y hiere. Para eso se cría, y por eso existen los matadores que se enfrentan a ellos. Y pagando por verlos, ayer a ratos estos miuras parecían debajo de la raza que se les presupone, y permitían más de lo que les hicieron los dos generosos esforzados que, como otros días, alejados de figuritas, merecen todo mi respeto sólo por apuntarse a ellos. No todos quieren. No muchos pueden. Y eso, lo único que hace es alimentar, más si se puede, la leyenda de la mítica vacada de Zahariche, presente in eternum en la Feria del Toro. Un ciclo donde se han regalado trofeos hasta la saciedad, y donde encima nos quejamos de por qué no se ha dado tal o cuál trofeo al coleta por el que lo reivindicamos. Siempre a por los asesores, que los presidentes no saben. Si dan menos es que no ven los abanicos o pañuelos. Si dan más es porque se compinchan con la empresa que quiere triunfo a toda costa. Dura labor que se merece una reflexión. Igual es momento de cambiar el Reglamento, eliminar a los ediles de toda localidad, acabar con la norma de que sea el público el que regala el trofeo, aunque sea el primero, y buscar a personal competente, tipo Matías en Bilbao, que tanto escuece a veces, pero que garantiza que haya seriedad, y que el torero, si quiere ganárselo, lo haga de verdad y no a lo fácil. En fin, que siga la leyenda cerrando feria es lo más grande que se puede decir.