La capacidad de la Tierra de regenerar sus propios recursos naturales, los que hacen habitable el planeta y sostenible la vida en él, es finita. Existe un margen limitado cada año para la recuperación de los recursos que la acción humana consume y el día de ayer marcó el punto de no retorno este año. A partir de hoy, los recursos que consumamos hasta final de año no se regenerarán de forma natural. La actividad humana genera una huella ecológica intensificada en el último medio siglo hasta extremos de expolio natural. Cincuenta años atrás, aún se rondaba la capacidad anual de regeneración del planeta. El consumo de materia natural regenerable se alcanzaba a lo largo del mes de diciembre. En los 25 años siguientes el aumento del consumo –décadas de 1970/80/90– restó tres meses a esa cuenta atrás, hasta situar al inicio de este siglo el umbral de lo recuperable en septiembre. En dos décadas, el deterioro se ha ralentizado, hasta situarse en agosto la fecha de referencia. Pero no cabe engañarse: la tendencia está consolidada y el modelo de consumo no se puede prolongar. El concepto de bienestar asociado a actividades y suministros que incrementan nuestra huella de carbono es enemigo de nuestra estabilidad. No hablamos ya de dejar una herencia sostenible a las próximas generaciones, sino de no colapsar todo el medio natural en las próximas décadas. La responsabilidad de ese consumo no es equilibrada. Basta con constatar la capacidad de regeneración de recursos en cada región del planeta. Norteamérica y Europa ni siquiera llegan a estas fechas: el Estado español agotó sus recursos regenerables el pasado 12 de mayo –y antes que él fueron Alemania, Francia y otras potencias europeas– y Estados Unidos y Canadá –pese a la dimensión continental de su medio natural– el 13 de marzo. La extracción global de recursos mantiene estándares de consumo en el mundo desarrollado a costa de expoliar otras regiones. Nuestro modelo de vida reclama 1,74 planetas para su mantenimiento, pero sólo tenemos uno. El desequilibrio es tal que, a este ritmo, el crecimiento en los parámetros actuales será imposible materialmente y el colapso climático puede verse adelantado por el económico. Y, en este entorno, aún se postulan ideologías que proscriben la agenda 2030 de desarrollo sostenible y reivindican la irresponsabilidad.