Esta madrugada ha fallecido en Madrid Agustín González Acilu, un compositor que no ha estado permanentemente en la lista de los notorios, pero que por derecho propio, sí que ha sido y seguirá siendo protagonista en la de los importantes. Navarro de nacimiento, su figura intelectual es significativa, porque ha contribuido magistralmente a situar la música española en un lugar de reconocimiento incuestionable dentro del contexto general de nuestra cultura.

Podemos reconstruir -aunque sólo sea someramente- su biografía, porque nos da cuenta de la personalidad del Maestro. En 1941, ya con 12 años, lo situamos dando sus primeros pasos musicales en la banda municipal de Alsasua, su Villa natal, sosteniendo un clarinete piccolo y una gran pasión por la música. Cuando cumplió 15, empezó su vida laboral incorporándose como “pinche” en la fundición FASA de Alsasua, y él siempre reconoció que en esa etapa de tiempos duros aprendió mucho y valoró que aquellos hombres con conciencia de clase, le enseñaran a comprender el estímulo vital que significa el placer por lo bien hecho, y a saber que cualquier logro se debe alcanzar con el esfuerzo. Esa vivencia de adolescente que miraba al mundo con curiosidad, forjó un carácter férreo y una gran capacidad de trabajo, que le ha distinguido en toda su trayectoria y que ha mantenido tenazmente. Así, no es difícil comprender una de sus máximas: el esfuerzo es la verdadera asignatura de las cosas y con él, ha construido una obra señalada entre las más importantes de nuestra reciente historia musical.

El servicio militar en Madrid prolongado en la Banda de Música de aviación durante seis años, supuso una apertura a otros mundos y el prólogo de sus estudios en el Real Conservatorio Superior de Música, con maestros de la importancia y rigor de Enrique Massó, Francisco Calés y Julio Gómez, que le procuraron un oficio sólido, imprescindible en la música como punto de partida para que cualquier obra pueda ser tenida en cuenta.

No era fácil la vida en Madrid en los años 50, pero cambió tareas más rentables por el trabajo de tocar eventualmente el saxofón, lo que permitió seguir con sus estudios atisbando una determinación: dedicar su vida a la creación musical sin pretensión de cambiar el mundo, sólo con el propósito irreductible de expresarse desde su música, tratando de articular así su forma de pensar y de mantener lo que él siempre ha considerado cuando se definía: soy un trabajador de la música. Un ejemplo de humildad que ha marcado su vida y que se hace imprescindible destacar hoy.

En los años 60 trabajó para la Institución Príncipe de Viana en un estudio sobre los compositores navarros del siglo XVIII con una beca de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, pero ya mantenía vínculos musicales con Navarra, porque desde los 50 recibió consejos y mantuvo una entrañable amistad con Fernando Remacha. También en los 60, otra beca de la misma institución obtenida por concurso le permitió ampliar estudios en el extranjero. Viajó a París primero y después a Italia donde trabajó después con músicos de la talla de Ghedini en Venecia, Petrassi en Roma y Ligeti, Babbit, o Pousseur en Darmstadt, con los que conoció las corrientes de pensamiento de la vanguardia europea que en esos momentos vivía un tiempo decisivo.

No obstante, en esa curiosidad y ambición por el conocimiento, Acilu consideró siempre que tan importante como el contacto con los músicos, era escuchar a intelectuales a los que conoció en la Fundación Giorgio Cini de Venecia en un curso sobre Arte y Cultura en la civilización contemporánea, que compartió con su entrañable amigo Rafael Moneo. Acilu, ya formado entonces en la técnica musical, confesaba que en aquél momento aprendió mejor a situar la música en el contexto cultural atendiendo las ideas de los intelectuales, que en los foros musicales que defendían las técnicas más novedosas. Su ambición era crear su propio camino y decidió buscarlo en los grandes pensadores. Así, entre otros, científicos como Ferdinan de Saussure, pensadores como Eco, Lucrecio, Marx, Aristóteles, Epicuro, Demócrito, o la profundidad de la reflexión sobre Filosofía de la Música del insigne pensador navarro García Bacca, han sido escrutados exhaustivamente por el Maestro.

Acudió al Consejo Superior de Investigaciones Científicas para trabajar en la lingüística aplicada a la música. Su labor culminó en obras vocales importantísimas, citaremos el Himno a las lesbianas (1972), o Arrano Beltza (1976), trabajos musicales sin precedentes, que denotan su libertad de espíritu, y en los que Acilu aplica un intensivo análisis científico en fonología y fonética.

Su trabajo de investigación y el de creación, fueron compatibles con las tareas docentes. En 1978 se incorpora al Real Conservatorio Superior de Madrid como Profesor de Armonía, y entre 1984 y 1987, impartió, en el Conservatorio Pablo Sarasate de Pamplona (con el Patrocinio del Gobierno de Navarra), unos cursos sobre Técnicas de Composición Contemporánea, los únicos que el Maestro ha hecho específicamente sobre composición musical, que dieron pie al nacimiento del llamado Grupo de Pamplona/Iruñeako Taldea Musikagilleak, creado a la sombra del referente ético y del planteamiento riguroso que tanto Acilu como Ramón Barce -presente también en Pamplona-, implementaron en los que fuimos sus alumnos. Podemos trazar así un cordón umbilical en la creación musical navarra, que relaciona tres generaciones de creadores en una línea de continuidad que esperemos siga activa y vigorosa. El referente de Remacha y Acilu, es un ejemplo que honra y engrandece nuestra historia, conformando un modelo tanto para los que ya estamos implicados en la creación musical, como para las nuevas generaciones.

Afortunadamente, a lo largo de su trayectoria, muchos e importantes premios le han acompañado. Entre otros, el Premio Nacional de Música en dos ocasiones, la Medalla de Oro del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, el Premio Príncipe de Viana de la Cultura, o el nombramiento como Doctor Honoris Causa por la Universidad Pública de Navarra. Afortunadamente, Navarra, supo reconocer la importancia de uno de sus más insignes intelectuales.

Agustín fue un hombre austero, cabal, con ideas claras y una voluntad férrea para llevarlas a cabo, fundamentalmente un creador, un inventor de estructuras sonoras, un mago de las partituras vocales que innovó desde sus profundos conocimientos, un referente ético, una figura respetada tanto como admirada entre sus colegas, y uno de los más importantes miembros de la generación de compositores a la que perteneció.

Pero, más allá del compositor, su figura humanística es remarcable. Sus conceptos, muchas veces expresados a modo de sentencias, explican muy bien su extraordinaria personalidad. Se amontonan en mi recuerdo frases como: Cada día leo una página de mi devocionario: la Metafísica de Aristóteles, o La seguridad es la muerte de las cosas, y aquella que nos repetía tanto: Hay que renunciar al éxito para ser más libre.

Su familia llora la desaparición del padre y abuelo, sus amigos la pérdida de un ser afable y generoso, sus alumnos adquieren hoy una orfandad de las que producen huecos que nada puede llenar, pero todos ellos, junto con los amantes de la música sabemos que su obra permanecerá en nuestra historia, como un bien preciado más que enlaza y continúa la infinita cadena del conocimiento.

Emocionadamente, agradezco al Maestro, valoro al amigo y admiro sin fisuras la coherencia de su vida y de su obra.