Puigdemont. No tiene DNI en vigor, y su banco puede impedirle hacer un simple Bizum. Pero en cambio, está a su alcance permitir que Sánchez sea presidente o, a contrario sensu, haya que celebrar nuevas elecciones en invierno. Qué pasa por su cabeza es algo que nadie puede saber: por ser un personaje heterodoxo y porque lleva cinco años mirando lo que pasa en España desde Bélgica, desarraigado y con el cerebro macerado en nubes grises, lo que induce todo tipo de sesgos emocionales. Que desprecia al socialista es evidente; que no se fía de él, también. Pero va de mano en la partida, fundamentalmente porque sabe que su contraparte es capaz de concederle cualquier cosa. Si estuvieran los dos solos frente al tapete, probablemente tendría como objetivo humillar al oponente, arrastrarle un rato, y dejarle caer. Sánchez alzó su victoria de 2019 galleando que traería al prófugo ante la justicia y culpando al PP de su fuga. Pero para Puigdemont hay un componente que sin duda pesa más que el ansia justiciera, que es lo imprescindible que resulta su concurrencia para que ERC, EH Bildu, PNV y BNG puedan, a su vez, trazar acuerdos de investidura y obtener sus contrapartidas. Sabe que lo que se le reprocharía no es si se desvincula del chulapo, sino si deja en la estacada a los que como él aspiran a la ejecutoria nacional de sus territorios. No puede ser tenido por el que clausuró el dulce momento acreedor de todos cuantos hoy son imprescindibles para que el PSOE siga al mando del paquebote. Es muy aburrido escuchar tanto análisis racional sobre las intenciones y estrategias del vecino de Waterloo. La decisión final será impulsiva, o no será.

PNV. A diferencia de los otros dos protagonistas de este artículo, es una organización política, y se supone que pensante. De ellos depende que Feijóo pueda sacar adelante su investidura. Este ha planteado el reto presentándose como una especie de cesto en el que los otros partidos pueden depositar sus pertenencias, pero sin que se mezclen unas con otras y sin establecerse condicionantes imposibles de aceptar entre los diversos fiduciarios. De ahí que UPN y Vox ya hayan dicho que le van a votar, sin más transacción. Que lo hagan los jeltzales es posibilidad harto remota, pero la línea telefónica no se ha bloqueado. Como aquí sí cabe una disección racional del dilema, la pregunta que aflora es qué gana el PNV siendo una parte menor de un batiburrillo en el que los otros angelitos que guardan la cama de Sánchez son mucho más maximalistas que ellos, verbigracia su directo competidor en la CAV, los de Otegi. Si se conforma ese grupo de investidura de Sánchez, la contrapartida será un referéndum dizque de autodeterminación en Cataluña, que EH Bildu se encargará de plantear también para el País Vasco, y veremos si igualmente en Navarra. Que el PNV esté ahí significará que sus referencias estatutarias dejarán de tener sentido porque sólo imperará la dicotomía soberanista. Un partido pragmático, al que le importa bastante el desarrollo económico y social de su tierra, y que podría sacar mucho de Feijóo, ¿dispuesto a abrir el portón en medio del vendaval?

Sánchez. Nos hace creer que ambiciona la investidura, aunque no es ajeno a dos realidades que ha de conocer bien. La política, que supone que a partir de su reelección vivirá 24/7 pendiente de qué le quieran imperar sus socios, cualquiera de ellos y en cualquier momento, porque todos le son imprescindibles. La económica, que se traduce en que durante 2024 todos los países de la Unión Europea tendrán que presentar planes de consolidación fiscal para llegar a un 3 % de déficit como máximo, y tender hacia una deuda de 60 % del PIB. Ahora tenemos, como contó esta semana el Banco de España, un volumen total de deuda de 113,1 %, que el sanchismo ha hecho crecer constantemente a un ritmo de unos 105.000 millones al año. Forzosamente tendrán que llegar recortes, y los debería hacer un Gobierno parecido a un títere. De manera que la tentación es evidente: hago como que quiero pactar apelando a la pluralidad, no pacto apelando a la responsabilidad de no ceder en cuestiones sustanciales, patadón p´lante y vamos a otras elecciones frente a un PP desnortado y un Vox cuarteado. Le gusta jugar y le gusta arriesgar. Él será, finalmente, el que diga si hay mus.