Lo primero e importante es que la selección femenina ha ganado el Campeonato del Mundo de Fútbol. Otro éxito deportivo de las mujeres. Como el que también ha logrado María Pérez en el Campeonato del Mundo de Atletismo en Budapest con la medalla de oro en los 20 kilómetros marcha estos mismos días. Participar en un campeonato mundial o europeo o una Olimpiada en cualquier disciplina deportiva está al alcance de pocas mujeres y hombres.

Lograr un título mundial, una medalla olímpica, un diploma o un nuevo récord, solo al de una muy pequeña minoría del conjunto de la humanidad que puebla aún este planeta Tierra. Por eso es lo importante en primer lugar es ese triunfo. Porque, como en otros deportes, no ha sido fácil en el Estado español para mujeres llegar hasta ahí. Y sigue sin serlo. Un éxito de quienes han estado compitiendo durante un mes en Australia y Nueva Zelanda y de quienes antes de esta fase final pusieron todo lo que tienen como futbolistas para ganar y que por una razón u otra no estuvieron en el tramo final de la competición.

Ya antes del bochornoso espectáculo de Rubiales este equipo vivió el conflicto desatado por un importante grupo de jugadoras contra la dirección técnica por actitudes invasoras de su intimidad como mujeres. Ahora alcanzada la meta del Campeonato del Mundo, su celebración y la celebración de todas y todos los aficionados ha sido empañada por, una vez más, el protagonismo absurdo de los hombres que rodean desde sus poderes federativos o técnicos a las deportistas cuando logran sus máximos objetivos. Rubiales la ha vuelto a liar. Y, como siempre, ha contaminado los logros del fútbol profesional. Es un gañán incapaz de no molestar y convertir en una polémica negativa cualquier éxito deportivo.

Un aguafiestas de libro. Pero es más cosas. Un tipo que representa el mismo compendio completo que otros muchos de quienes acumulan amplias esferas de poder –no solo en el ámbito federativo deportivo, sino también en el mediático, empresarial, judicial, político, militar o financiero–, un perfil reaccionario, iletrado y primario que siempre se completa con comportamientos machistas. La pregunta es cómo personajes así campan a sus anchas en esas estructuras de poder. Basta ver el caso del fútbol profesional español, en manos de dos tipos como Rubiales y Tebas. Seguramente, habrá muchas respuestas, pero ninguna de ellas puede ocultar que ambos representan un modo de hacer y de ser impresentable. Rubiales debería dimitir por los hechos que protagonizó tras la victoria, tanto el beso a una jugadora sin su consentimiento, sus posteriores presiones a la misma y a su familia y sus infumables explicaciones como la patética agarrada a los huevos que se hizo en primera línea del palco oficial ante los ojos atónitos del todo el mundo.

Una grosería zafia y casposa inaceptable para quien representa a un cargo institucional a nivel internacional. Acumulaba motivos para haber sido destituido antes, pero ahora dimitir, que lo dimitan o que lo destituya la Asamblea de la Federación es la única salida viable a este fiasco. Ni el dinero para comprar voluntades, repartir prebendas e intercambiar cambalaches con todos los estamentos del fútbol le van a servir esta vez. Tampoco el silencio lamentable y cómplice de todos ellos. Además debe afrontar las denuncias que le están cayendo. Creerse impune por el poder del cargo a veces no es suficiente.