Acabar con los Rubiales y con todo lo que representan sería la mejor victoria de este partido que estos días nos jugamos la sociedad. Acabar con el machismo enquistado y aceptado por quienes desde una posición dominante manejan una parte del poder, donde todo vale con tal de no perderlo. El #se acabó que ha generado el repugnante discurso machista de quien es todavía presidente de la Real Federación Española de Fútbol, un deporte que sí o sí debería aprovechar esta oportunidad para mirarse por dentro y limpiar, para regenerarse y recuperar valores esenciales en el campo y en la vida.

Ese se acabó que ha llenado las redes, los medios, las conversaciones y tímidamente algunos estadios, no ha llegado solo por ese beso sin consentimiento a una campeona del mundo, ni por esos gestos de macho caducado, ni por las burdas palabras contra la dignidad de las mujeres. Ha llegado como resultado del camino recorrido por el feminismo durante años. Escuchando a Rubiales su asqueroso alegato machista para defenderse atacando a la víctima, a los medios, a mujeres que en política han contribuido a los avances y al propio feminismo no puedo evitar, salvando todas las distancias, volver a los difíciles momentos de la violación de La Manada cuando escuchábamos al Prenda y compañía. Ellos no entendían, no percibían haber hecho nada malo, Rubiales tampoco. No veían a la víctima, ni uno ni los otros. Ese es el problema. Aquello supuso un antes un después, un movimiento de rechazo social sin precedentes que hoy de nuevo ha vuelto a recuperar su fuerza. El Me Too, el 8-M, La Manada...del Yo sí te creo al Se acabó. La lucha social de estos años de las mujeres y de muchos hombres supone un cambio de actitud irreversible, una toma de conciencia feminista esencial para el futuro en una sociedad que ya tiene claro que hay que parar la violencia contra las mujeres, sea del tipo que sea. Porque todas nos hemos sentido Jenni Hermoso alguna vez en la vida.