Los más longevos del lugar recordarán aquellos tiempos en los que los circos desfilaban por las calles de nuestras ciudades en un ejercicio publicitario de primer orden, en número más bien reducido de personal, con más fieras que artistas. La adaptación a los tiempos que corren ha supuesto la pervivencia, crecimiento y mejora de los medios audiovisuales, mientras que circo y similares languidecen.

Los medios han modificado la producción y presentación a velocidad de vértigo, aprovechando posibilidades técnicas de luz, sonido y digitalización en las necesidades de un espectáculo moderno, rico en matices y ritmos cambiantes. En radio, una voz y un micro eran suficientes para poner en marcha cualquier tipo de espacio, mientras que en la tele se enriquecían en número de profesionales para animar imágenes y micros en un empeño de mejorar la emisión del medio que se iba a alzar con el santo y seña de la modernidad. La troupe de profesionales incorporados en los últimos tiempos a radios y televisiones, conforman abundante personal al servicio de una producción coral, animada por variadas y numerosas voces que tapan en ocasiones.

El papel de los protagonistas audiovisuales se han modificado y así las intervenciones se mezclan, unas baten a otras y el circo se transforma en un guirigay impresionante y ruidoso que espanta al personal presa de un ataque de nervios. Es la modernidad de un modo de hacer y producir radio y tele. Más una torre de Babel que una academia ateniense. Estudios y platós se llenan de voces, camino del éxito, de imponerse a los otros, de intervenir como sea posible, en empujar, molestar a los otros y ser el gallo del corral, en una pelea mediática de la troupe de la modernidad.