Colgó ayer nuestro diputado en Madrid Sergio Sayas una imagen en sus redes sociales a las puertas del Congreso junto con Carlos García Adanero –el otro tránsfuga de UPN que acabó en el PP–, Cayetana Álvarez de Algún Sitio y otro señor que no tengo el gusto de conocer. Estaban los 4 sonrientes y pulcros como pimpollos reventones y Sayas escribió acompañando a la foto: Esperando a la Familia Real. Felicidades, Princesa! Para los que hayan salido de un coma de varios años, comentaros que se refiere a que la hija mayor del actual monarca cumplía ayer 18 años, juraba la Constitución y había una festivalete y un amarretako para celebrar. Los que llevamos aquí de pie estas semanas ya nos lo sabíamos, porque la brasa ha sido histórica. El caso es que yo ya he pasado de los 50 y cada día trato de ser más empático con todo y, claro, llega un momento en el que de puro ponerte en la piel del otro corres el grave riesgo de dejar de ser tú y ser el otro, lo cual es un peligro enorme. Sobre todo para el otro. Y en ese proceso llegas a un punto en el que gente como Sayas te da hasta envidia. Fíjate lo bien que estarías tú afrontando días como el de ayer con esa alegría y esa oropéndola y convencido de que no estás haciendo el más puto de los ridículos por vivir genuflexao permanentemente ante una familia que está ya ni sabe nadie ni por qué ni desde cuándo ni para qué. Esa cohorte que vive tranquila chapoteando por entre las desigualdades flagrantes de la sociedad desde que se levanta hasta que se acuesta, haciendo mofa y befa de quienes tratan con mayor o menor acierto de cambiarlas o minimizarlas y que rodeados de poderosos y en general gente de la llamada alcurnia es como mejor están. Pues esa gente es feliz así, coño, es feliz. Y algunos –no sé si Sayas, igual escribe así sin más por molestar– hasta se creen los halagos que lanzan y todo este sainete. Naciste en una cabeza equivocada.