Las historias de María Carro y de Conchi Mendiluze han llenado estos días las páginas de este periódico de testimonios duros y bellos. De esos que se leen como lecciones de vida. De palabras sobre la muerte pero también de vida, de derecho a una vida digna y a decidir en libertad sobre un final legítimo. Son solo dos de las 23 personas que se han acogido en Navarra a la Ley de Eutanasia desde que empezó a aplicarse en junio de 2021, pero han querido hacer públicas sus emociones, sus decisiones, sus circunstancias. Ellas y sus familias; parejas, hijos e hijas o amigos, que en un íntimo e inmenso acto de amor les han acompañado, entendido y arropado hacia un final que ellas mismas habían decidido con valentía y con responsabilidad. También los profesionales sanitarios, esenciales en ese momento final precisamente porque entienden que en ese punto la mejor manera de sanar es dejarte marchar. Hay que reconocer también a las autoridades políticas y legisladoras que hayan tenido la valentía de instaurar un derecho de nueva generación aun solo presente en pocos países. Un síntoma también de rigor a la hora de conciliar el doble derecho a morir dignamente en determinados y exigentes supuestos de los y las pacientes con el derecho a la objeción de conciencia de los y las sanitarias. Creo que se han hecho las cosas bien, con profesionalidad y ética para garantizar un derecho con las máximas garantías como sistema público de salud.

No tiene que ser fácil tomar una decisión como la de dejar de vivir. Las situaciones, aunque diferentes por muchas razones, tienen algo en común: una enfermedad o un negro golpe del azar que trunca la vida de una persona y le lleva a una situación límite en la que ya no es ella misma, deslizándose hacia el peligroso terreno de “estar” más que “ser”. Tan legítimo es seguir hasta que llega la muerte natural como adelantarla acogiéndose a un derecho por el que muchas personas y colectivos venían luchando: el derecho a morir dignamente, que no es otra cosa que la otra cara del derecho a vivir dignamente. Porque de eso se trata y los familiares de María y Conchi así lo han entendido.

Las palabras sanadoras que han sido publicadas en dos maravillosos reportajes en nuestras páginas así lo atestiguan. No se puede hablar con más respeto y cariño hacia la voluntad de los y las que se van desde la posición de los que se quedan, solos con el recuerdo de sus seres queridos cuando les han hecho una de las peticiones más duras que se pueden hacer: “ayúdame a morir porque no puedo ni quiero seguir así”. Nadir y Kiko, los compañeros de vida de María y Conchi narran en estos reportajes ese momento de despegue hacia la libertad de las parejas que se quisieron con la generosidad del amor, ayudándoles en ese penúltimo viaje individual hacia el único destino del que no podemos volver. Quien sabe si hasta un próximo encuentro, donde quiera que sea, como cada cual lo imagine.