Es imposible ver las imágenes sobre los actos organizados en Navarra para visibilizar el Día Internacional de los Derechos de Niñas y Niños o las galerías de fotos y no tener en la cabeza al mismo tiempo lo que está ocurriendo estas semanas en Palestina. Más de 15.000 personas han muerto ya, casi 5.000 niños y niñas, asesinadas impunemente por las bombas indiscriminadas del Ejército israelí sin posibilidad de huida ni de defensa.

Esos niños y niñas, como antes los que fueron condenados a muerte en Yemen por las bombas de Arabia Saudí, o los que malviven y mueren explotados desde los 5 o 6 años en las minas a cielo abierto de las grandes corporaciones multinacionales en África Central son niños y niñas sin derechos. Son víctimas inocentes todos y todas de crímenes contra la humanidad o de crímenes de guerra. Escribo estas líneas, sabiendo que tienen ningún recorrido, porque se ha celebrado otro día internacional de los que rellenan, casi siempre con más pena que gloria, el calendario anual. Era el Día de la Infancia y eso es, o debiera serlo, el futuro de la humanidad y ni siquiera parece que a eso tan importante le dediquemos la atención mínima. Han transcurrido 128 años desde que se esbozara la primera aproximación a los derechos de los niños y niñas en la obra Children’s Rights y poco más de tres décadas desde que, en 1989, Naciones Unidas tradujera esa inquietud a los 54 artículos de los Derechos de la Infancia. El tratado internacional más suscrito (195 países) no debería ofrecer áreas de sombras en cuanto a la protección de la infancia, al menos en lo que se denomina sociedades avanzadas. Sin embargo, incluso en nuestro entorno, existen y precisan todavía de concienciación social y de intervención institucional decidida.

Ese mismo día el secretario general de la ONU, el portugués António Guterres, denunciaba que la “matanza de niños y niñas en Gaza no tiene precedentes”. Palabras para oídos sordos y la pasividad miserable occidental. Las organizaciones internacionales de salvaguarda de los derechos humanos y la legalidad internacional están sometidas al ninguneo y al chantaje de los intereses que controlan la geopolítica internacional. No tienen ningún margen de actuación más allá de la ayuda, el trabajo a pie de la batalla e insistir en sus denuncias. Los Derechos de la Infancia, como el resto de derechos humanos, cada a solo unos textos que tranquilizan nuestras conciencias occidentales, pero sin ninguna utilidad real a la hora de ser aplicados.

¿Cómo hemos llegado a soportar esas imágenes sin que nada suceda? No sé, quizá porque el miedo y la parsimonia de mirar hacia otro lado mientras no toque a nuestros hogares y familias lo cubre todo. El integrismo religioso, la explotación machista, la violencia infantil campan en decenas de países donde no hay espacio para los derechos humanos, con la interesada complicidad política y mercantil de gobiernos y empresas occidentales. Al menos es necesario insistir en que miles de niños y niñas siguen muriendo cada año de hambre o enfermedades curables, son explotados laboral o sexualmente o utilizados como carne de cañón en guerras de interés económico o de fanatismo religioso cuando no masacrados en bombardeos indignos como los de ahora en Gaza. Para que no sigan sufriendo o muriendo sin memoria.