Al levantarme, el termómetro exterior marcaba cuatro grados. Vivimos entre lluvia, niebla y frío, pero esquivamos esas circunstancias meteorológicas adversas, mejor que peor, gracias a nuestros hogares y sus calefacciones. Ahora, hagámonos a la idea de no disponer de esa fuente de calor, ni siquiera de una casa que nos cobije. Supongamos que hemos logrado una litera en un centro de acogida del que cada mañana nos echan a las 9.00 horas –y allá están las 20:30 cuando podamos volver a entrar–, que llueve a rabiar, hace una rasca que pela, son días festivos y no es posible meterse ni en una biblioteca pública.

Imaginemos que somos jóvenes –incluso críos menores de edad– dando vueltas y vueltas por una ciudad helada, que abren un albergue en el centro de Pamplona y el día de la inauguración da cobijo a 44 personas mientras otras 35 se quedan en puertas y que en su segunda jornada de funcionamiento logra acoger a 56 aunque otras 15 no tienen techo ni comida caliente, que en el centro de Trinitarios también se organizan largas colas… En definitiva, más de un centenar de hombres, mujeres, jóvenes y chicos sobreviven en Pamplona en situación de calle y los recursos para solventar esta vergüenza son claramente insuficientes. No es una conjetura. Es la pura verdad.