Antes de navidad, la hacemos presente y nos deseamos lo mejor. Que pases buenos días. Gracias, tú también. Vendrán A y B. Nos juntaremos en casa de C. Recuerdos a D. E está bien, sí. De tu parte.

Como cada año, aprovecho para manifestar la fabulosa pereza que me despiertan estos días entrañables y para realizar discretas encuestas en mi entorno con la única y legítima finalidad de ver reforzada mi teoría: a una parte significativa de las mujeres nos gusta poco la navidad y/o el despliegue logístico que lleva aparejado. Año tras año la confirmo. Son minoritarios los casos de entusiasmo y el motivo suele ser extranavideño, por ejemplo, coincidir con quienes no se coincide normalmente.

De los hombres no digo nada porque no dirijo mi encuesta a ellos, aunque he recogido alguna opinión favorable y alguna menos, pero como la muestra no es significativa no la uso. Una es interesada pero seria. La conclusión es triste porque la mayoría de las que preferiríamos saltar como gráciles gacelas de la sabana del 23 de diciembre al 7 de enero entrenamos poco o nada. La fatalidad se nos echa encima.

Una vez diseñé una tabla para registrar las tareas inherentes: planificación, compra y preparación de comidas, de regalos, tiempo dedicado a consensuar, organizar, limpiezas de antes, durante y después de, transportes y desplazamientos, esfuerzo social para animar, mantener conversaciones, limar asperezas, estar al tanto… entre muchas otras. ¿Se reconocen como responsables de alguna de ellas? ¿Quién realiza las demás en su caso? ¿Cabría otro reparto? ¿Dónde se sienta usted, en ese lado de la mesa del que es difícil salir para cambiar platos o justo donde es más fácil? ¿Puede pasar toda la cena o comida sin levantarse? ¿Sí? Pues entonces, tiene más papeletas para que le guste la navidad.