A Javier Esparza, la verdad, para lo que él mismo ha dicho que le queda en el convento no le importa mucho pasar estos últimos meses al cargo de UPN subido a esta espiral de descalificaciones gruesas y en ocasiones burradas. Total, él ya no va a ser quien tenga que rehacer el espacio social, electoral y político del que ha sido su partido y sustento desde hace más de 20 años. Serán otros y otras los que tengan que tratar de reflotar una nave regionalista dañada por sus ocho largos años ya en el banquillo en el Parlamento –que serán 12 en 2027– y su segunda de las tres últimas legislaturas en la oposición en Pamplona. Un daño que se suma al mordisco que en las urnas le ha dado un PP que hace 4 años era un cadáver político en Navarra y que se agranda, a raíz de los últimos acontecimientos, con la aparente ruptura total de puentes con el PSN, un partido con el que se repartió gobiernos y prebendas durante décadas y al que siempre había tenido bastante tendida la mano. Así, UPN se ve por ahora en solitario, con una lenta pero apreciable caída en votos, sin un líder visible y sin un programa claro a la hora de abordar el futuro. La duda estriba ahora en qué deparará el devenir de Cristina Ibarrola, que ha mostrado una cara como alcaldesa en ejercicio y otra, mucho más punki y que recuerda a su faceta como parlamentaria en la oposición, cuando se ha conocido la moción de censura que previsiblemente le desalojara del ayuntamiento de la capital. La todavía primera edil no ha desvelado qué planes tiene –más allá de que previsiblemente ocupe concejalía en la oposición a Asiron– y no se vislumbra qué personas puedan optar a desencallar el barco, aunque desde hace tiempo suene el nombre del polémico Alejandro Toquero, alcalde de Tudela. Se presenta, por tanto, interesante el panorama en la formación, mientras su líder sigue encaramado al exabrupto como única estrategia y recurso.