Reconozco que llevo varios partidos –creo que los tres últimos– sin ver a Osasuna. Desde que se confirmó la marcha de Arrasate, la casi nula posibilidad de ir a Europa y se confirmó la permanencia –no de manera matemática pero casi– no termino de encontrar motivos para sentarme delante del televisor a ver cómo se desarrolla un espectáculo que, lo reconozcamos o no, el 90% de los días es un tostón bastante mediano.

El fútbol moderno tiene sentido en la medida en que eres seguidor de un equipo y que ese equipo se está jugando algo. Si no, ha derivado en un juego donde prima tanto la táctica y el orden y el control y la gran mayoría de las veces hay que tener mucho estómago para dedicarle hora y media de tu vida. Sin lugar a dudas, hay deportes mucho más estimulantes. Eso sí, si se juntan los astros y la cita es vital, el partido es emocionante y tu equipo está en medio del fregado hay pocas cosas más estimulantes. No es el caso.

Estamos deambulando en este final de temporada y solo a los que llevan las cuentas les –lógico– importa más que a los demás –incluida la plantilla– el puesto final que ocupemos, ya que cuanto más arriba más dinero caerá. El aficionado, por eso, está a otra cosa. Y, por lo que leo, estamos todos bastante bajos de ánimo. Y es que los nombres que suenan para sustituir en el banquillo a Arrasate son la cosa menos atractiva que te puedes echar a la cara.

Descartado parecer ser que suban del Promesas a Castillejo o que venga del Rayo Íñigo Pérez –puesto que tiene contrato–, el resto de futuribles que se oyen, sin ánimo de ofender, tienen menos sex appeal para el oído del hincha que si nos dicen que vuelven a traer a Diego Martínez. Sin entrar en nombres propios, son entrenadores que claro que luego pueden resultar pero que a día de hoy saben a prácticamente nada. El boquete que ha dejado Jagoba tardará meses en poder ser tapado. Que pase pronto.