Hola personas, gracias, gracias y gracias. Me anticipo a vuestras felicitaciones que llegarán cuando os cuente que tal día como hoy, 28 de enero, vieron la luz D. Patricio y sus paseos. 6 años hace ya que este Rincón cada domingo llega a vuestras manos para contaros las andanzas de este viejo pamplonés. En estos 6 años han pasado muchas cosas. El 28 de enero de 2018 calentaba el sillón de la alcaldía Joseba Asirón y tras el paso por el cargo de Enrique Maya y la efímera alcaldía de Cristina Ibarrola, Asirón ha vuelto a recuperar la vara y los destinos de Pamplona están en su mano. A ver qué pasa.

En este sexenio hemos sufrido un triste fenómeno que nadie esperaba y que si algún futurólogo nos lo llega a augurar le hubiésemos mandado a esparragar, una terrible pandemia nos llegó de China causando dolor y muerte, nos metió en casa un 14 de marzo y nos cambió la vida de la noche a la mañana y hubo que aprender a vivir entre cuatro paredes. Luego nos tuvimos que amoldar a unas normas de desescalada, la sociedad, en su mayoría, cumplió, dócil, las pautas, otros hubo que se revelaban pero que de poco les servía, el miedo de la mayoría les forzaba a la obediencia. En fin, que ahora lo miramos con la perspectiva del tiempo como un mal sueño, pero hubo que pasarlo y algunos ya no están aquí para recordarlo. En estos seis años han dado comienzo un montón de guerras y conflictos, pero dos de ellas tienen el respaldo de los medios y de la atención internacional y todos nuestros ojos, en mayor o menor medida, están puestos en Ucrania y en Gaza. ¿Hasta cuándo será tan bruto el hombre? En el terreno personal también han pasado un montón de cosas, han sido felices unas, menos felices otras, cosas de la vida, siempre es así.

Y, por otro lado, el día de ayer, 27 de enero, el que suscribe, un servidor, también cumplió años, pero el doble que mis ERP ya que yo no cumplí 6 sino 66.

Cuando yo tenía 6 años el mundo era otro, mandaban Lyndon B. Jhonson y Leonidas “Bresnef”, en España el pequeño dictador celebraba por todo lo alto sus 25 años de “paz” y en Pamplona el alcalde Urmeneta pasaba la vara de mando a Jose Miguel Arrieta. Gigliola Cinquetti ganaba Eurovisión con Non ho l´etá, en Buenos Aires nacía Mafalda, la Ford lanzaba al mercado el Mustang, y en Londres nacía Pink Floid. Fijaros si era otro mundo. Se hacían cosas importantes.

Y la vida siguió y ya he cumplido más de seis décadas y media viviendo en esta pequeña ciudad de nuestros amores en la que he pasado mis días con los ojos y las orejas bien abiertos para guardar en la memoria todo lo que he sido capaz de almacenar.

Esta semana para celebrar nuestros cumpleaños como es debido, he ido a pasear por el paseo estrella de esta sección, hacía tiempo que no bajaba al río por el serpentín de Beloso y el cuerpo me lo pedía. Salí de casa a buena hora, aun con el frío de la mañana y antes de llegar a mi destino me di una vuelta por mis envidiados chalets de Argaray. Entré desde la calle Media Luna a esa placita que antiguamente tenía una morera de la que nos abastecíamos de alimento para nuestros gusanos de seda que hambrientos esperaban metidos en su caja de zapatos. De ahí he cruzado de un Valle a otro, del de Roncal al de Egües, del de Yerri al de Baztán y he visto que la mayoría de las casitas se mantienen en su aspecto original pero que otras han sucumbido a la modernidad y a la profanación del entorno, la uniformidad inicial no ha resistido el paso del tiempo y esto ayudado por la nula protección municipal ha dado como resultado lo que ahora tenemos.

Crucé la Baja Navarra y, llevando la contraria Sancho El Mayor que indica con su dedo hacia el Oeste, fui hacia el Este para alcanzar mi objetivo. El camino me recibió encantado, tiempo sin verte, me dijo, pasa, pasa. Y pasé, y bajé y vi algo que no me gustó. A poco de empezar el descenso a mano izquierda entre la maleza hay unos restos de una malla verde de plástico y unos postes que la sujetaban y que antes estaban al otro lado para evitar que los ocupas accediesen a Villa Celes, aquel caserón que había arriba, lindante con la carretera. Ahora la casa no está y los medios que pusieron abajo ya no sirven para nada y están afeando el entorno y entorpeciendo el crecimiento a las plantas. No creo que cueste mucho que vaya por allá una brigada de limpieza y que lo adecente.

Seguí camino abajo y lo vi descarnado, que es como toca en estas fechas, el invierno es la estación más pelada y en nuestro querido serpentín se nota mucho porque sale a la luz toda esa maleza que nadie limpia, ni retira, ni cuida, ni poda. Llegué al puente peatonal, paré un rato a ver el río que viajaba tranquilo y seguí por el camino que entre el Arga y las huertas me llevó a la presa. El agua bajaba poderosa, atronadora. Las pasarelas estaban atoradas de troncos, algunos de dimensiones increíbles, quizá algún día las limpien. Quizá no.

Por entre chopos llegué al maravilloso puente de la Magdalena que subí, paré, oteé lejos y bajé. Aguas arriba se me ofrecía una delicada postal, era un contraluz de vegetación en diferentes planos enmarcados por el sol y el agua que daba vida mirarla. Continue mi camino y al llegar al semáforo que cruza el puente de la Txan, me llamó la atención que en el lado de enfrente esperaba para cruzar una chica con su mascota atada a una correa, la mascota era más grande de lo habitual: era un caballo. Se puso verde, me crucé con la chica y su Babieca y me adentré en terreno amurallado. Dejando a mi izquierda el baluarte bajo de Nuestra Señora de Guadalupe, uno de los más bonitos de toda la muralla, llegué a la primera parte del portal de Zumalacárregui, la del puente levadizo, un grupo de peregrinos, mochila a la espalda, renqueantes, me precedían.

Una vez arriba y atravesada la segunda parte de la puerta de la ciudad, tomé a mi izquierda para subir por la cuesta de la discoteca Xuberoa y la fábrica de Chocolates Pedro Mayo, hasta los terrenos del Redín. Me fui a asomar a esos balcones que el baluarte ofrece en su vértice y que asoman a Aranzadi, Errotazar, San Pedro y la Rotxa. En la zona previa a los miradores media docena de chavales siguiendo las indicaciones de un monitor se entrenaban en las artes del kárate arreando patadas a invisibles adversarios. Tomé el paseo de la Ronda del Obispo Arnaldo de Barbazán para que la mañana se cerrase con otro clásico de mis andanzas. Disfruté, como siempre, de las viejas piedras que la Catedral tiene en sus vergüenzas y alcancé el Palacio Arzobispal que se soleaba frente a su espaciosa plaza. Atravesé la pasarela de sus quebrantos (de ellos) y volví al ensanche que me devolvió a mi cueva.

A por 6 más.

Besos pa tos.

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