Demasiados conatos de rebelión. Inquietantes tractores con gasolina política invadiendo carreteras. Fiscales plantando cara a su jefe, o sencillamente desnudando su sumisión. Cada día se hace más alargada la sombra de la injerencia rusa en el procés. Los inasequibles cercos de la toga a Puigdemont desquician a Pedro Sánchez. Tanto, que esa hilarante concesión de recortar la instrucción judicial suena tanto a un desesperado cambalache entreguista que hasta Sumar se desmarca porque destila ventajismo para los delincuentes de cuello blanco. Así, la amnistía empieza a complicarse de tal manera, aquí y ante los ojos de Europa, que hasta su principal beneficiado mete la soga en casa del ahorcado diciendo que todo le hubiera ido mejor si Junts hubiera investido presidente a Feijóo. Las vías de agua se multiplican.

Mientras todos los ojos seguían absortos los arranques y desplantes del juego de florete en torno a la amnistía, agricultores, ganaderos, terratenientes y agitadores profesionales urdían una revuelta que ha pillado con el pie cambiado al Gobierno. Nunca estuvo el campo en las oraciones de Sánchez. Mucho menos ahora que solo tiene tiempo para seducir al clan de Waterloo. Pero esta revuelta viene cargada de aviesas intenciones. La justa reivindicación que denuncia con razón palmaria los precios miserables y la aciaga repercusión de la transición energética aparece envuelta, cuando no oscurecida, por la oportunista estrategia politizada de la (ultra) derecha. Aquellos chalecos amarillos franceses son ahora, paradójicamente, votantes de PP y Vox, que en sus tractores critican la amnistía y prefieren manifestarse antes en Ferraz que delante del Ministerio de Agricultura en Madrid. O, sencillamente como ha ocurrido vergonzosamente delante de la vivienda de María Chivite, quienes confunden con avieso propósito la amenaza del tomate marroquí para la huerta local con el pacto político para llevar a EH Bildu a la alcaldía de Iruñea.

NO DECAE LA CONVULSIÓN

La agitación sigue siendo una variable constante. Solo hay espacio para la confrontación despiadada y los reproches interminables. Escenas como las retratadas en la Asamblea de Madrid manoseando a las víctimas del terrorismo en función de su lugar de procedencia producen otra muesca de hartazgo y, sobre todo, mucha desazón. El PP sigue teniendo una asignatura pendiente con la nueva realidad sin ETA que le conduce a la turbación. Como si se sintiera atrapado en un bucle del que ni quiere ni desea salir porque entiende utópicamente que lo rentabiliza en las urnas o, tal vez, porque se siente incapaz de enhebrar un discurso acorde al escenario actual, más de paz que de convivencia.

Es así como va cargando la mochila discursiva para amarrar la disputada mayoría absoluta en Galicia. Quizá lo hace jugando con fuego de cara al electorado del 18-F mientras la candidata del BNG, la rival que quita el sueño en Génova, sigue hablando de mejorar la sanidad y asistiendo a todos los debates. Una dura pelea a la que Feijóo echa gotas de descrédito en los momentos más agobiantes con ese sonoro patinazo en torno al metanol que pone en evidencia de golpe no solo el alcance de su propia cualificación personal como el nivel de sus colaboradores más próximos. Es así como puso en bandeja, en la sesión de control, el mandoble de Sánchez, quien sigue sintiéndose muy relajado ante las monotemáticas embestidas de los opositores.

Paladas de agresividad que salpican también a la Justicia. El torticero trámite del informe de fiscales sobre la ley de amnistía, desde su génesis a su votación final, supone un manual de despropósito que hiere la imagen democrática de un país. Los cambios de diagnóstico sobre su cuota de constitucionalidad causan perplejidad. Ahora bien, la patata caliente que tiene delante el fiscal general no es baladí. Quizá sea más sencillo porque es fácil adivinar el juego malabar al que se verá sometido para hacer honor así a quien debe sometimiento, que no es otro que el presidente del gobierno. Sánchez salvará la cara, pero dejará muchos pelos en la gatera. Enervará esta vez a una casta de la judicatura, donde voces progresistas han coincidido en el diagnóstico con las conservadoras. Empieza a estrecharse su capacidad de encantamiento hacia Puigdemont. Muchos progresistas se tapan la nariz al escuchar que el presidente recupera la criticada decisión del ministro Catalá del PP de recortar los plazos del procedimiento judicial. Aquella maniobra entendida para favorecer a los corruptos vale ahora para engatusar a un prófugo.