Ya llevamos 15 años guasapeándonos como si hubiéramos nacido haciéndolo. ¿Instaló la app nada más conocerla o se resistió? Ventajas tenía unas cuantas. Permitía comunicaciones silenciosas en cualquier entorno, lo que evitaba que media villavesa, la oficina entera o incluso los seres queridos pusieran la oreja sin esperar a tener a mano un ordenador para usar el correo o a estar sola para usar el teléfono. Un inventazo.

Me reconozco diciendo eso de bueno, para dar recados está muy bien, dejas el mensaje y la otra persona lo coge cuando puede, no es invasivo… y me imagino la cara de impostora que se me pondría, porque he mantenido por este medio conversaciones largas y hasta serias y la experiencia dice que puede ser tan invasivo como cualquier otro.

Como toda herramienta, modela a quien la usa y esta nos aparta de la inmediatez de la oralidad. No se oye la voz, que tanto dice del estado general de la interlocutora y al no contar con la entonación es difícil reconocer la emoción que anima el texto. No me digan que hay emoticonos, porque no ayudan mucho, más bien simplifican y estandarizan y no pueden usarse universalmente.

¿Se imaginan comunicar un deceso con la carita que llora a mares? No, ¿verdad? Pues eso. Son triviales y valen para lo que valen. Por ejemplo, para decir compra melocotones o voy a nadar. Alguna vez uso alguno por no quedar como una sosa. Ya siento.

Pero quizá uno de los grandes cambios que nos ha producido es que nos percibimos todavía más como seres molestables. Si por una parte ya es común mandar un mensaje preguntando si estamos disponibles al teléfono, lo que es una cortesía, también cunde la frustración cuando los mensajes no se contestan con la rapidez esperada. ¿Cómo lo ven?