Isabel Ayuso aprovechó ayer el festejo madrileño para afirmar que allí no triunfan las identidades del terruño, ni los abusos, ni las injusticias, que allí, así lo dijo, nunca triunfa el saberse más que nadie. Y como aquí uno no es tonto a jornada completa entiende perfectamente que, en realidad, ella quiso decir que, por estos y otros pagos, sí que triunfan todas esas palabrotas. Al parecer hay quien celebra su cumpleaños recordando la edad del prójimo, y sin duda habrá quien folle pensando que ya lleva dos polvos más que el vecino. Enhorabuena.

Isabel Ayuso echa pestes del nacionalismo mientras ofrece ditirambos chovinistas a su tierra, que por destino histórico y lustre imperial se libra de ser chica, terriña, tierrina, tierrica, tierruco y por supuesto terruño. El diminutivo se aplica a estos parajes inhóspitos de la periferia donde el paisano envidioso no tiene otra aspiración que mudarse al kilómetro cero. Ella vende su comunidad como la más acogedora e integradora del país sin dejar de escupir a un extenso y variado extrarradio, sin tomarse un descanso en ese feo deporte de la coronación por contraste. Que sí, que la vida es eso que pasa mientras un guipuzcoano y un mallorquín, un navarro y un santiagués, esperan una llamada redentora con prefijo 91. Seguro.

En fin, que viva Madrid, que con ella y sin ella sigue siendo un lugar alucinante. Y ya sabe, presidenta: el centralismo, ese cosmopaletismo administrativo, sí que se cura viajando. Y no mucho, pues con pisar Logroño, Cádiz, Girona o León ya se ve que el paraíso capitalino tampoco lo es tanto.