El día después de unos comicios toca hacer esa segunda lectura del escrutinio que suele arrojar más luz que la precipitada de la noche electoral. No obstante, siempre hay quienes se resisten a ver la realidad cuando no les gusta. Como Puigdemont, que continúa haciendo una reinterpretación del escrutinio electoral a medio camino entre el delirio y el interés personal, sin querer ver que la ciudadanía se ha expresado con claridad en las urnas e ignorando que es obligación de los dirigentes políticos atender su demanda.

Es innegable que de estos comicios ha salido un holgado vencedor que, además, es el único que aritméticamente puede formar un gobierno con posibilidades de alcanzar la estabilidad. No es otro que Illa. Sostener, sin embargo, como asegura el expresident, que Junts puede formar con ERC e incluso la CUP una entente de 59 escaños, y considerar que el PSC solo puede aspirar a sumar los seis de los comunes y tener un respaldo máximo de 48 parlamentarios es una lectura simplona y partidista. Sobre todo porque, a estas alturas de la película, lo que fue el espacio soberanista está más que fracturado y su reestructuración llevará mucho tiempo si es que algún día la estrategia de un partido republicano de izquierdas como ERC vuelve a coincidir con los herederos de lo que fue Convergencia.

A día de hoy, las cosas no van por ahí. El secesionismo ha perdido la mayoría absoluta que ha tenido en el Parlament desde 2012. En este escenario, pretender que el próximo Govern lo presida un independentista es sencillamente una quimera inalcanzable. La cuenta que hace Puigdemont de ser investido president con esos 59 escaños y la renuncia del PSC a cambio de garantizarle a Sánchez el apoyo en Madrid sería poco menos que una estafa al pueblo catalán que dice representar.

Los votantes han avalado, sin ninguna duda, el esfuerzo realizado desde Moncloa por buscar una salida al procés con la ley de amnistía. Pero en absoluto están reivindicando darle continuidad.

El pagano de todo esto ha sido ERC. Su estacazo se veía venir y las encuestas lo detectaron desde el minuto uno. Pero los republicanos tienen la llave. Pueden morder el anzuelo de Puigdemont –difícil verle la ganancia a desempeñar el papel de monaguillo del independentismo–, provocar una repetición electoral –sería un suicidio en toda regla– o dejar que Illa inicie un mandato con el que tener acuerdos puntuales, dado que parece descartada la idea de compartir Govern con el PSC y los comunes.

Cualquier escenario se antoja menos lesivo para el gran derrotado de esta contienda que el de transmitir a la ciudadanía la idea de que va a tener que volver a las urnas porque se ha equivocado al votar. Los 135 parlamentarios ahora elegidos tienen la responsabilidad de hacer un cesto con estas mimbres y no pueden mirar para otro lado.