Algunas cosas las ves o las oyes por primera vez y es como si las supieras desde siempre, Lutxo. Por ejemplo, cuando alguien muy listo te dice que la interdependencia global ha llegado para quedarse, como si te estuviera aportando una información reservada, y tú, en ese momento, te das cuenta de que ya lo sabías. O como cuando llega un analista de impacto y te cuenta que el tercer mundo está llamando a nuestras puertas y va a entrar (por mucho que nosotros estemos en desacuerdo), y entonces tú asientes e incluso levantas un hombro y sonríes un poco, con deferencia, porque, en efecto, cada vez que coges el transporte público lo ves con tus propios ojos y ya lo sabes: no necesitas que nadie te lo cuente. ¿No te parece maravilloso? Nunca dejaremos de ser animales, por mucho que soñemos lo contrario. Y hay un saber animal. Hay un saber en el ADN, Lutxo. No hay que aprenderlo: ya lo tienes. O como cuando llega un filólogo inspirado y te dice que el poeta es a la vez apolíneo y dionisiaco, y tú contestas: No podría ser de otra manera. Y lo dices con convencimiento. Porque ya lo sabías. Siempre lo has sabido. Al fin y al cabo nos llamamos sapiens-sapiens. Por algo será. Lo que no entiendo es porqué tendrá que decirse repetido: sapiens-sapiens. A mí no me gusta, me resulta enfático. Parece que no te conformas con decirlo solo una vez. Como si ser solo sabio fuera poco y necesitáramos serlo por partida doble. Pero bueno, que muy bien todo. Porque, ahora que llegan las europeas, se te puede aparecer un politólogo que agita las manos, te dice que los partidos ultras van a arrasar en las elecciones y que podrían hacerse con los mandos de la nave, y tú le dices que sí, que normal, que es lo que hay. Que ya lo sabemos todos: que es un saber que está en el aire, o en el ADN, o donde diablos esté, Lutxo, viejo gnomo, no sé si me explico.