Dio la casualidad de que aunque sigo muy poco los comicios electorales de otros países tengo un colega en Argentina y de vez en cuando colgaba en sus redes sociales intervenciones de Milei, no como muestra de apoyo sino de la grave pedrada del sujeto en cuestión, que más parece sacado de una mezcla de peli de Torrente y Tarantino que de la realidad.

Así que antes de que fuera elegido presidente de uno de los países más hipotéticamente ricos de América ya había escuchado algunas de sus más escalofriantes bobadas. El caso es que como vivimos en un mundo en el que hasta los que supuestamente tienen que hacerlo bien lo hacen fatal pues a Milei los rivales y gobernantes argentinos le dejaron el camino bastante expedito para hacerse con la victoria, para regocijo de los de su cuerda ultraliberal, que los hay y a patadas.

Su elección como presidente tal vez haya rebajado algo la periodicidad de sus barbaridades e incluso la profundidad de las mismas, pero de vez en cuando vuelve la burra al trigo y se saca de la chistera alguna barrabasada. Este fin de semana fue su ataque a la mujer del presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, montando de nuevo un notable altercado diplomático, el segundo en apenas unas semanas tras el que montó el ministro Óscar Puente –otro personaje de aúpa- cuando directamente comentó que Milei tomaba drogas -sustancias, le llamó. Sustancias es todo–. Se desconoce a la hora de redactar estas líneas cómo acabará diplomáticamente la enganchada, pero no deja de dar vergüenza ajena que un país que pasa por una situación económica dantesca, con millones de personas en la pobreza y nubes muy negras sobre el horizonte de otras tantas esté manejado por elementos de este calibre. Claro que, quienes le precedieron, fueron los pusieron las bases para que este llegara. A Argentina es como si le hubieran echado un mal de ojo hace ya muchos años.