Resulta reconfortante escuchar estos días a dirigentes políticos y cargos públicos un halago constante a la libertad de prensa. La necesidad de mejorar el debate público y garantizar el derecho a la información ha ganado protagonismo en las últimas semanas, lo que sería una buena noticia si la reflexión va más allá del argumento oportunista con el que rivalizar en la trifulca política.

Es evidente que hay un problema con la desinformación. La llegada de internet ha hundido el modelo de negocio de los medios de comunicación tradicionales y ha abierto paso a plataformas supuestamente informativas que tienen como único objetivo la intoxicación. Las redes sociales han abierto canales de comunicación directa, multidireccional y anónima. Y eso es a la vez una ventaja y un problema.

Todo es gratis y a la vez tiene un precio. Cualquiera con un ordenador y un dispositivo móvil puede generar información sin más exigencias que un seudónimo y una apariencia informativa. Se impone lo viral, el consumo rápido y la propaganda encubierta, política o comercial. 

El modelo de internet ha girado hacia el clickbait

El modelo de internet ha girado hacia el clickbait. A intentar generar grandes tráficos que intenten atraer la publicidad que ha huido a grandes corporaciones como Facebook, Google o Instagram, que son quienes monetizan cualquier información.

Tener hoy un periodista dedicado una semana a hacer un reportaje en profundidad es un lujo que muy pocos se pueden permitir. Es difícil hacer información de calidad si nadie está dispuesto a pagar por ella.

El todo gratis también tiene un precio. Cada vez es más difícil ofrecer información de calidad si casi nadie está dispuesto a pagar por ella

Ante este panorama los medios tradicionales han tenido que buscar nuevos nichos de negocio. El sector afronta una profunda reconversión, con muchas exigencias de rigor y profesionalidad, pero sin ningún tipo de ayuda. Ahora además con el reto de hacer frente a la inteligencia artificial, que va a multiplicar el problema de forma exponencial.

Un escenario difícil en el que tienen que competir con plataformas con mucho sesgo ideológico y financiadas por la extrema derecha o grupos de presión, cuando no directamente por instituciones controladas por partidos políticos con el objetivo de generar un clima de opinión a su favor. Cuando todo es desinformación nada es noticia. Vía libre para el bulo.

Cinismo indignante

Pero tampoco sería justo generalizar. No todos los medios son iguales ni todos tienen la misma responsabilidad. Hay empresas con tradición y arraigo. Con plantillas estables y periodistas que hacen su labor de manera honesta. Con su enfoque editorial, pero que firman todos los días con nombre y apellido, y que asumen su responsabilidad si cometen un error, rectificando cuando es necesario. En eso consiste también el rigor informativo.

En ese sentido la salud informativa en Navarra es buena. Hay variedad de medios, pluralidad de opiniones y discrepancia política. Por eso es injusto plantear de forma genérica la necesidad de verificación, focalizando en Navarra un problema que no es local y que por ahora solo ha servido para desviar la atención sobre otras cuestiones más prioritarias.

Con todo, lo peor y lo más indignante es el cinismo con el que algunos partidos han enfocado esta situación. Resulta insultante escuchar a UPN apelar a la libertad de prensa, exhibir lemas como ‘stop censura’ o defender el buen nombre de los medios de comunicación cuando de forma habitual señala y trata de amedrentar a los periodistas que no le son afines. Ya sea bajo sus propias siglas o con perfiles anónimos en las redes sociales, tan coordinados como reconocibles.

Hemos llegado al punto en el que una concejala de UPN señala con el dedo a un periodista por informar del uso del dinero público

Su actitud en los últimos días, apelando a la libertad de prensa mientras señala con el dedo a un periodista por una noticia –perfectamente documentada– que cuestiona el uso que hace del dinero público es un ejemplo de hasta dónde son capaces de llegar algunos dirigentes políticos. Que desde su posición, muy bien remunerada, apuntan al eslabón más débil. Al periodista de calle que sale a buscar la información sabiendo que al menor error habrá represalias. El miedo siempre ha sido la más eficaz de las censuras.

Afortunadamente, algunos todavía tenemos el privilegio de contar con compañeros y con empresas que nos apoyan y nos protegen en unas circunstancias cada vez más difíciles.

Lo que nos permite responder a quienes tratan de acallar, controlar y desprestigiar nuestro trabajo, que no nos dan miedo. Ni los periodistas ni el periodismo necesitan que les muestren su apoyo ni les den lecciones de profesionalidad. Solo que les dejen trabajar con libertad. Y eso, todavía hoy, hay a quien le molesta.