DESDE tiempos inmemoriales nos han contado la creación del humano ser a partir de un puñado de polvo en manos del Creador. Con una poética más propia del relato bíblico que de la teoría evolucionista, el soplo mágico del creador puso en marcha el poblamiento de los hemisferios, valles, mesetas, cuevas y montañas poblaron se de individuos de distinta consideración y traza. Así de sencillo: coger un puñado de barro, acercarse a la boca, lanzar un soplo y el bípedo se pone andar.

En los últimos tiempos el diccionario directivo de las mentes de nuestros nobles representantes y luchadoras del quehacer político se están poniendo morados con abundante barro y dándole matraca por doquier, no dejando títere con cabeza en un circo de pelea, de desastre y bronca desquiciante, manifiesta manera de falta de respeto al personal.

La polisemia y la sinonimia son dos palancas poderosas para la creación de un verbo cuajado de forma y variedades en el ánimo poderoso de hacer de la Lengua un instrumento idóneo para la humana comunicación. Arcilla, caolín, porquería, barro, polvo son algunas de las innumerables maneras de nombrar a ese polvo despreciable, capaz de crear, manchar y ennegrecer suciedad y porquería la relación dialogada de hombres y mujeres que asisten sorprendidos a la desmesura del uso del término, polvo.

En definitiva, manchar, ensuciar, ennegrecer, empolvar son perlas de este lenguaje de los seres públicos enlodados en una pela diaria que no hace más que ensuciar las relaciones políticas.