La creciente dependencia de los teléfonos móviles en nuestra vida cotidiana ha provocado que estos dispositivos hipnóticos sean ya una extensión de nuestro cuerpo.

Es raro salir hoy en día de casa sin ellos, y si lo hacemos es porque nos lo hemos olvidado. A la necesidad que tenemos de estar en contacto permanente con este artilugio inteligente se le ha acuñado con el nombre de nomofobia, que no es otra cosa que el miedo a quedarte incomunicado por no tener el teléfono móvil a mano.

Algunas estadísticas revelan que las personas pueden llegar a manipularlo hasta 150 veces al día para realizar diferentes operaciones, lo que nos da una idea de lo adictivo que es.

Su uso desmedido es una realidad palpable y nos está afectando de manera preocupante a muchos niveles. Tal es así que es habitual visualizar grupos familiares, cuadrillas de amigos o compañeros de viaje (entre otros muchos ejemplos), que no se dirigen la palabra porque cada uno de sus miembros está embelesado con la pantalla de su celular y ajeno a todo lo que le rodea.

Además de las consecuencias negativas que conlleva pasar demasiado tiempo delante de este dispositivo, me gustaría destacar el mal uso que se está haciendo de él a nivel general, pero sobre todo en recintos cerrados en los que se llevan a cabo diferentes expresiones culturales como: cine, teatro, música o danza por poner algunos ejemplos.

Es muy significativo que a pesar de que se avisa por activa y por pasiva antes de comenzar la función que por favor se apaguen los teléfonos móviles, es algo ya habitual el escuchar durante las actuaciones cómo les suena el móvil a unos cuantos y cómo alguno de ellos incluso contestan a la llamada por whatsapp o por voz.

Los que se dedican a sacar fotografías, selfies o grabar vídeos durante estas actividades culturales son caso aparte. Resulta difícil de creer que estas personas no sean conscientes de que sus actos indudablemente tienen consecuencias que las sufren de manera directa los que se encuentran a su alrededor.

¿Tal difícil es entender que una pantalla con el brillo a tope deslumbra, que un sonido a destiempo distrae, o que una elevación del dispositivo con los brazos en alto en modo periscopio impide la visibilidad de los que se encuentran detrás?

Parece que a algunos/as les va la vida en conseguir sacar fotos o grabar vídeos durante un espectáculo. ¿De verdad es tan importante? ¿Qué utilidad real tienen estos archivos digitales si hoy en día todo está colgado en internet? ¿Se han parado a pensar que no están solos en la sala?

Está claro que disfrutar de un acontecimiento cultural en condiciones óptimas resulta cada vez más difícil, y buena culpa de ello la tiene la adicción y el mal uso que se hace del teléfono móvil.

Es hora de tomar cartas en el asunto y hacer algo al respecto para tratar de resolver este problema que resulta muy molesto para el público asistente en general, y que entorpece el trabajo de los profesionales del sector en particular.

Si no somos capaces de poner el teléfono móvil en modo avión durante el tiempo que dura una actuación para no molestar e interrumpir, está claro que nos lo tenemos que hacer mirar porque tenemos un serio problema de adicción.

Igual nos tenemos que plantear lanzar un SOS a la población en general para potenciar el aprendizaje y buenas prácticas del uso adecuado del móvil.

*El autor es profesor jubilado