Las elecciones europeas nunca han despertado gran interés ciudadano. Basta ver los datos históricos de participación. Cuando no coinciden con otros comicios, más de la mitad del electorado pasa de ir a las urnas. En esta ocasión tampoco parece que los colegios electorales vayan a acoger más parroquianos que en las citas precedentes. Lo saben bien los principales partidos, que se han empeñado –quizá como nunca antes lo habían hecho– en agitar la campaña electoral en un intento de llamar la atención con el objetivo de mejorar sus resultados.

Mañana por la noche veremos si esta estrategia de elevar la tensión muy por encima de lo acostumbrado ha funcionado. Sobre todo a las derechas, que han sido alumnas aventajadas en crispar la campaña con un comportamiento ante el que cada vez resulta más difícil distinguir quién es más extrema: si la tradicional o la ultra. No hay más que recordar el cierre de filas que tuvieron PP y Vox ante la esperpéntica visita de Milei a Madrid, que ejerció de ariete contra Sánchez a solo cuatro días de arrancar la campaña del 9-J.

Desde entonces, ahí han seguido las derechas apretando el acelerador contra el Gobierno con la burda idea de tratar de convertir estos comicios en un plebiscito contra Sánchez. Un craso error. Más allá de que del escrutinio de mañana pudiera aflorar cierta debilidad en el PSOE, la realidad es que apenas han transcurrido 10 meses de las últimas elecciones generales, ocho de la investidura fallida de Feijóo y seis de la que posibilitó la reelección de Sánchez. Y desde entonces, han pasado un montón de cosas, incluidas las elecciones en Galicia, la CAV y Cataluña, pero nada indica que exista otro juego de mayorías en el Congreso de los Diputados. Ni tampoco se palpa en el ambiente la posibilidad de que Feijóo pueda impulsar una moción de censura con visos de prosperar. Por mucho de que se amplifique el procedimiento judicial abierto contra Begoña Gómez, pensar a día de hoy que la esposa del presidente va a ser condenada o que el propio presidente tiene alguna implicación delictiva en esta causa no solo es saltarse a la torera la presunción de inocencia, sino ir mucho más allá en la demanda de responsabilidades de lo que debe hacerse en una sociedad democrática en la que se respete el estado de derecho.