Cuando esto se escribe, aún no se saben los resultados de las elecciones europeas. Y Altube me recuerda los tiempos cuando la izquierda decía “no” a aquella Europa neoliberal que empezaba a adueñarse de cada segundo vital de la población, a aquella Europa armamentística y mercantilista que hoy se presenta como la única opción para seguir vivos. Recuerda Altube los años del “no” como una reafirmación de las izquierdas que sospechaban de una Europa que quería ser social y se enganchó al capitalismo 24 horas al día, 7 días a la semana.

Hoy la izquierda, en sus diversas intensidades, ya solo se conforma –y el uso de este verbo no es acusatorio– con frenar al fascismo. No seré yo quien cuestione o niegue la estrategia.

Sin saber el resultado, intuyo que el supremacismo racista-fascista de la ultraderecha ocupará muchos asientos. Y sí, es desesperante contemplar como “los estadounidenses votan a Trump precisamente porque es un violador y un mentiroso, que los israelíes apoyan a Netanyahu precisamente porque practica el genocidio, y que los jóvenes argentinos siguen a Milei porque creen que finalmente los mejores podrán sobresalir y los demás morirán de hambre como se merecen”. (“Bifo” Berardi)

Ayuso, Abascal, Feijóo y la mitad de las togas españolas van de esto. De brutalismo libertario. Toda esa gente ha invertido el juicio ético, la verdad y la manera de entender el mundo. Defienden la libertad de ser brutal. Su neoliberalismo ha erosionado la solidaridad y ridiculizado la empatía por el sufrimiento de los demás. Recuerden a Ayuso diciendo que los 7291 ancianos muertos “no se salvaban en ningún sitio”. Sus discursos han naturalizado la ferocidad política y la violencia. Gente que no dudaría en tirar de gatillo.

¿Dónde está la salida de emergencia? ¿En las calles conquistándolas? O cuando el fascismo se autodestruya al llegar a su máxima brutalidad. Que hable Europa sí, pero si actúa, mejor.