El otro día salió la estrella francesa del fútbol Kylian Mbappé declarando acerca de la situación política en su país, animando a la gente joven a votar y, claramente con un mensaje hacia la ultraderecha que amenaza con gobernar su país: “Hay jóvenes que se abstienen, pero su voz sí cambia las cosas. Quiero estar orgulloso de defender a un país que representa mis valores. Esto es más importante que el partido de mañana porque la situación del país es diferente. Creo en los valores de la diversidad, la tolerancia y el respeto”.

Al día siguiente, Unai Simón, portero de la selección española de fútbol y del Athletic, dijo: “Kylian tiene mucha repercusión en el mundo y en la sociedad. Tenemos muchas veces la tendencia a opinar demasiado de ciertos temas cuando no sé si deberíamos opinar o hacer esas cosas porque yo aquí soy jugador, me dedico al fútbol y soy profesional del balón. Lo único que debería hablar en estos momentos es de temas deportivo y temas políticos dejarlos a otras personas o entidades”.

Vamos, afeó al francés que hablara de política, usando su libertad de expresión para criticar que otro compañero use la suya libremente. Esta manía que se tiene de que cada profesión tiene que hablar solo de lo suyo y que de política solo hablen los interesados es un bonito lastre. Política es prácticamente todo en la vida y de alguna manera cada cosa que hacemos deja huella social, política y económica, así que todos tenemos derecho –y más si tienen un gran altavoz como los futbolistas– a expresar nuestras ideas o sentimientos. El que quiera, en el que sentido que le parezca, que lo haga. Y que sea respetado por quienes optan por seguir en su burbuja o en el todos son iguales o eso a mí no me compete. Hombre, no es hablar de física nuclear o de mutaciones genéticas. Es hablar del país en el que quieres vivir. Llámale política o llámale la vida.