Hay un terremoto cada vez que un deportista relevante rompe con el tópico discurso surtido de lesiones, pronósticos, partido a partido, mal estado de la pista, la importancia de los detalles, invocaciones a los aficionados, reproches a la prensa y el juicio final al árbitro. No acostumbran, sin embargo, a hablar en público de otros temas si no palpan que late una unanimidad social respecto a los mismos. El deportista no es que viva en una burbuja, pero conoce que le siguen gentes de todo credo e ideología y prefiere guardar silencio a exponerse a la reprobación de quienes están en la grada.

No creo que sea falta de valentía o personalidad tanto como una precaución. Hay ejemplos de futbolistas como Piqué o entrenadores como Guardiola que han opinado sobre la soberanía de Catalunya y han sufrido una persecución por parte de hinchas y medios de comunicación. La verdad es que son dos tipos a los que les ha importado poco lo que dijeran de ellos. Pero son casos que se salen de lo corriente.

Como Mbappé. El futbolista francés ha pedido a sus compatriotas que acudan a votar y que huyan de las formaciones extremistas que, según las encuestas, van a cambiar el mapa político con una victoria del partido ultra de Marine Le Pen. No sé si Mbappé, a quien Macron ha mostrado siempre un afecto personal, realizó esas declaraciones por iniciativa propia o ha sido animado a hacerlo conociendo su impacto en el sector más joven de la población.

Sea como fuere, tiene la libertad de decir lo que quiera o de guardar silencio; pero no es lo mismo que el mensaje lo verbalice una estrella mundial que su compañero en la selección francesa, el portero Maignan, con muchísima menos repercusión y seguidores. Porque suele ocurrir que deportistas con arraigadas convicciones y fuerte compromiso social y político son aplaudidos cuando expresan con naturalidad su opinión, pero cuando sus clubes y patrocinadores toman represalias, les apartan de la escena, se quedan solo y con dificultades para seguir desarrollando su profesión.

No será nunca el caso de Mbappé, a sueldo los últimos años de la monarquía absoluta catarí. Tampoco el de Tony Kroos, que dijo que nunca jugaría en Arabia Saudí por la falta de derechos. Al hilo de todo esto, recuerdo los reproches de periodistas ultramontanos cuando en las salas de prensa los entrenadores euskaldunes comenzaron a responder en su lengua a las preguntas formuladas en euskera. Al final, creo que el problema no es tanto que los deportistas opinen como que no estamos acostumbrados a aceptar con naturalidad que lo hagan, como sucede con un actor, un escritor, un cantante o un presentador de televisión.