La ciudadanía francesa acudirá el próximo domingo en una primera vuelta electoral para configurar una nueva Asamblea Nacional. El momento político en el estado vecino presenta indicios de una deriva en democracia del que conviene empezar a extraer conclusiones. No son aspectos que no se produzcan en nuestro entorno más cercano, pero la distancia debería permitir verlos con menos pasión. En primer lugar, hay una aceleración de las decisiones de calado que caen en la precipitación.

La decisión de Emmanuel Macron de convocar elecciones legislativas por la victoria de la ultraderecha en las europeas solo se entiende en el deseo de reforzar su respaldo parlamentario tratando de concentrar en su persona un voto reactivo. Ese automatismo desnaturaliza la necesaria especificidad de cada proceso de sufragio: la ciudadanía no se manifiesta igual, ni en implicación y participación ni en las circunstancias que orientan su voto –protesta, miedo, desinterés, soluciones, ilusión,...–, para elegir a su alcalde, a su gobierno o a su representante en Estrasburgo. El resultado del Frente Nacional no modificaba en nada el margen de estabilidad del Gobierno Macron.

En segundo lugar, este modo de concebir la acción política conlleva un problema de estabilidad y resiliencia. La táctica sustituye a la estrategia, la conveniencia inmediata a la proyección a medio y largo plazo y la política líquida se justifica a sí misma en el horizonte de lo imperioso, pero no de la estabilidad. Los retos sociales, económicos y ambientales exigen de una mirada más constante, más persistente en los objetivos y el ritmo al que se modifica el estado de ánimo inducido por mecanismos de creación de opinión son su enemigo. Y, en tercer lugar, la reconfiguración política que conlleva esta aceleración tiene ejemplos de un mal desempeño.

Está conduciendo a las derechas a dar la espalda al centro y ser condescendientes con enfoques antidemocráticos que afectan a la convivencia; y a las izquierdas a reaccionar con estrategias de acumulación de fuerzas desde sectores fracturados que acaban volviendo a la atomización precedente. Ni unas ni otras maduran en la dirección de contrastar sus totems ideológicos con las necesidades reales del modelo de bienestar y su sostenibilidad. Ahí medra el populismo: no contiene soluciones pero es más atractivo.