Creo que la falta de empatía con los demás, con el otro, con el diferente, con el que no piensa o vive como tú es uno de los males no diagnosticados que más nos afectan personal e individualmente en nuestra vida diaria. Empatizar es esencial para entender y aceptar y casi siempre los menos empáticos son aquellas personas que juzgan sin apenas escuchar. Pienso en esta falta de empatía viendo cómo se está convirtiendo en un asunto de números, en una mera cifra, algo tan vital y necesario como es la acogida de los menores migrantes no acompañados, reducido a cuántos se reparten por cada CCAA. Menores que están en situación de desamparo porque han salido de su casa, de sus familias, de sus entornos en busca de una vida mejor; tienen derecho a hacerlo, y han ido a caer a un Estado que debería garantizar sus derechos como menores por encima de todo lo demás. Se les ve, pero se les mira y se les juzga y en muchos casos se les rechaza. Sin ponerse en la piel de lo que esconden esas cifras, esos ojos que miran entre la alegría de pisar tierra y la tristeza de no saber qué les espera. Los mensajes xenófobos y racistas de la extrema derecha no pueden ser escuchados por ninguna formación política decente. Y más en una sociedad que se dice democrática y solidaria y en un momento como el de hoy, cuando su selección de fútbol ha llegado a la final de la Eurocopa gracias, sobre todo, a dos jugadores, Nico Williams y Lamine Yamal, hijos de personas migrantes, que nunca han ocultado las duras vivencias de sus familias. Da que pensar.