La cumbre de la Alianza Atlántica que se celebra en Washington tiene más de conmemoración del 75 aniversario de la OTAN que de a necesaria reflexión sobre el futuro del modelo de defensa colectiva y el vínculo atlántico. La OTAN nace de una dependencia explícita del poder disuasorio de Estados Unidos que tenía la Europa salida de las cenizas de seis años de guerra brutal. El vínculo atlántico en los intereses de las democracias occidentales a ambos lados del océano no fue solo una construcción de conveniencia sino una estabilización del fenómeno que en los treinta años anteriores se había repetido dos veces: la intervención del potencial económico y militar estadounidense en un conflicto originado por potencias europeas en suelo europeo y de alcance global. En ese sentido, la aportación de la OTAN en materia de integridad territorial en el pulso de modelos con el eje soviético también permitió el desarrollo de la cooperación continental hasta lo que hoy es la Unión Europea. Durante décadas, el paraguas disuasorio nuclear estadounidense también atenuó el desarrollo de una conciencia de interés compartido específicamente europeo en materia de seguridad. La reflexión europea sobre los intereses, riesgos y prioridades propios es muy reciente y, en buena medida, la Rusia de Putin la ha reducido al compromiso de un mayor gasto europeo en defensa. Pero los intereses del socio principal de la OTAN miran hoy más hacia su flanco occidental, con el Pacífico y el Índico económica y estratégicamente más interesantes para Estados Unidos que el Atlántico. A su vez, Europa tiene en su flanco oriental y en el Mediterráneo intereses, riesgos y oportunidades y no todos ellos van a poder gestionarse exclusivamente con una estrategia de defensa. No obstante, en el marco actual, es difícil imaginar una política de cooperación con los países del entorno, de gestión del reto migratorio o de estabilidad económica sin una autonomía en materia de seguridad, disuasoria frente a la capacidad de desestabilizar la economía, la sociedad y la política de las democracias liberales europeas que practica Moscú. La coordinación defensiva entre los socios europeos, dentro y fuera de la OTAN, sigue siendo precisa dado que, por muy ético y deseable que sea el objetivo del desarme global, hoy resulta quimérico.