Cuando se pone el ‘no hay billetes’ en taquillas y los reventas hacen lo que llamamos el agosto, si ya de por sí la plaza de toros de Pamplona es facilona, se muta y torna en una verdadera talanquera de pueblo, donde sólo por el mero hecho de estar hay que jalear lo que sea. Llegan los partidarios, en este caso de la Rocamanía, esa caterva de grandísimos aficionados, ya hasta con sus banderas, que ya no miran nada, solo chillan para que su astro sea encumbrado. Y si a eso añadimos que tras él, el siguiente de la terna hace lo mismo, más cansino, pero mejor apretado, entonces ocurre que sin llegar al bocata de la merienda ya tenemos todo el pescado vendido. Ni toros, ni sus cualidades, ni sus hechuras, ni sus condiciones importan cuando habemus la locura del ídolo de masas.

Pero como todos, algún día lo derribarán y habrá que ver si le bastará sólo con seguir tirando de bragueta, o habrá evolucionado en pureza y arte. Porque toros hubo. Seis. Y todos con la espléndida presentación que pocas casas en todo el planeta toros pueden ofrecer como Fuente Ymbro. Sin duda la mejor presentada de la feria. Con un primero que prometía a gran nota, un segundo que por esfuerzo se la mereció, un tercero que no terminaba de emplearse para ello, y llegamos al cuarto.

Un verdadero cabroncete que tenía demasiadas teclas, y que, por suerte para los que sí miramos la corrida, cayó en manos de Perera. Sin duda, lo mejor de la tarde. Sólo él elevó la nota del burel. Y por mí, la suya, y a quien cuatro enterados han pedido la oreja, como si fuera el premio de consolación de la terna. Detrás más de menos toros, y cansinos castigos de largas faenas justificantes de lo que se hace por demostrar quién manda.

¿Dónde habrán quedado aquellas faenas ajenas y lejanas de avisos, cuando las series eran claras y se aliviaba el tormento si nada teníamos que ver? Un torero nunca debe justificarse. Debe domeñar al animal que le toca. Enseñarle a embestir. Meterlo en la buchaca, como se dice en el argot. Hoy se estila la búsqueda de la humillación, de la rendición incondicional. Que sea el propio toro quien saque la bandera blanca pidiendo a gritos a la cuadrilla que le entreguen el acero al cansino que tiene delante para terminar con él. Eso es como ha ocurrido tanto en quinto y sexto, cuando encima, ambos espadas ya tenían la Puerta del Encierro en el bolsillo.

Sin decir que la corrida ha sido ni buena, regular o mala, lo que nos tiene que quedar claro es que esto se va a morir de gloria y aburrición como no vayamos aprendiendo a ser más coherentes con lo que realmente ocurre. Si ya los forofos no son de mi gusto en el deporte, qué decirles de ellos en esto de los toros. Acaba uno añorando a aquellos lucidos partidarios que eran capaces de pegarle una bronca al suyo si no bajaba las manos. Don Ricardo, nos ha faltado un poco más, pero apruebo su tesón.