Hola personas, no pregunto cómo ha ido la semana porque sé la respuesta, sé que ha ido sobre ruedas, sé que habéis disfrutado, que habéis, mejor dicho, que hemos estado inmersos en risas y juerga las 24 horas del día.

Bueno, esta noche acaba la cosa y quizá la tristeza por el final de las fiestas se vea equilibrada por la alegría de la victoria de España en la Eurocopa, yo no soy muy aficionado, pero esas cosas siempre alegran.

La semana ha tenido muchas cosas, cosas que año tras año se repiten, cosas que entre todas conforman la esencia de los sanfermines, “momenticos” les llaman los castas. Pero este año quiero hacer mención especial de algo que a mí me gusta mucho y que alegra especialmente el cotarro, me refiero a la música en la calle, a esa música que no figura en ningún programa, que llena el aire de dorremís y que en su espontaneidad y en su sorpresa tiene su encanto. Son músicos espontáneos que, motu proprio, se plantan en las calles de Pamplona sin más interés que el de poner su granito de arena en la alegría de la fiesta. Unos son autóctonos, conocidos de muchos y juegan en casa, otros se pagan el viaje y recorren con sus instrumentos nuestras calles por amor al arte y otros lo hacen con la esperanza de recibir una contraprestación económica por sus fusas, semifusas, corcheas y semicorcheas. A este último grupo pertenecen fundamentalmente todos esos mariachis que estos días hemos podido ver y disfrutar por doquier. Es un tipo de música que a todos gusta y hay que reconocer que cuando aparecen en una terraza, en un paseo, en una plaza y empiezan a llenar el aire de Allá en el rancho grande, allá donde vivíiiiaaaaa…, o cuando nos invitan a autocoronarnos porque… sigo siendo el reeeeyy…, o se lamentan si… Adelita se fuera con otrooooo…, todo el mundo canta con ellos y el éxito y la animación están asegurados.

El primer ejemplo de esto que os cuento lo encontramos el día 7 al finalizar la procesión cuando los miembros de La Cofradía de San Saturnino, un año más, les cantaron a la pareja de gigantes americanos y les hicieron bailar al ritmo del Negro José. Luego nos acercamos a su cercano local en el antiguo Bar Bilbao, más adelante librería esotérica, y allí estaban los cofrades, entre cañas, con sus guitarras, desgranando su repertorio y compartiendo espacio con los amigos de Pan con Chile que hacían lo propio con el suyo.

Otro sector guitarrero que da mucho de sí es el de las jotas navarras y las divertidas canciones pachangueras. El día 8, en una terraza de la calle Leyre, un grupo de castas, bien entrados en años, pero con un ánimo que para sí lo quisiera un veinteañero, nos divertían armados de guitarras y acordeones y nos hacían reír con aquella de… Todos los curas quieren venir… y sus estrofas picantes que iban surgiendo de uno y de otro a modo de reto. La misma mañana, unos minutos y unas calles llenas de fiesta después, nos topamos en la Bajada Javier entre Merced y Dormitalería con un grupo de músicos, viejos miembros de la tuna universitaria, que bien pertrechados de todo tipo de instrumentos de cuerda, desde un guitarrón a un “cuatro venezolano”, dejaban salir de sus maderas, de sus cuerdas y de sus gargantas unos deliciosos boleros, unas melodiosas sambas y todo tipo de música homenaje a Sudamérica. En esas estábamos cuando hubo una sorpresa añadida a nuestra sorpresa, un voluntario se unió al grupo, pidió que le acompañasen y se arrancó con una canción que nos puso a todos los pelos de punta, la canción era de Luis Miguel, “¿Sabes una cosa?”, el espontáneo era uno de los cantantes del famoso mariachi Los Tenampas y tenía una voz y un gusto cantando dignos del más grande. Siguieron cantando y seguimos disfrutando de su arte durante cuatro o cinco cañas más.

Otros grupos que en los últimos tiempos se prodigan mucho por nuestras viejas rúas son las fanfarres francesas. El día 9 nada más entrar en la zona 0 del cotarro festivo, en la esquina del Gaucho un grupo de Iparralde, con un gran número de instrumentos de viento, deleitaban al personal con una selección de música de lo más ecléctica, ya que interpretaban desde folclore vasco a piezas de music hall, que a todos nos llevaban a bailar y a disfrutar de las fuertes notas que salían de sus saxos, trompetas y clarinetes. Pero de entre todos ellos destacaría el bien hacer de dos muchachos que sacaban magia de dos gaitas estellesas.

El día 11 tocaba pasear por la calle Jarauta y en ella nos encontramos con un grupo llamado Canciones de Siempre, animadores de fiestas de pura raza, nada faltaba en su repertorio. La actuación estaba teniendo lugar frente al número 57 de la calle del magistrado don Joaquín Jarauta Arizaleta y ello me hizo recordar que allí se encontraba Casa Barón, aquella castiza taberna que en los años 30 instituyó una procesión alternativa a la oficial con un San Fermín diminuto que sacaban sobre dos pequeñas andas y lo procesionaban de bar en bar por Jarauta, San Lorenzo, Mayor y Eslava para volver a su santuario en la vieja calle de Pellejerías. La asistencia era masiva, incluso llegó a poner la música La Pamplonesa, pero en los años 50 el alcalde, señor Pueyo, decidió que era algo muy irreverente y la prohibió.

Seguimos con los amigos de Canciones de Siempre y la siguiente parada fue a la altura del Oreja en donde entramos para echar al cuerpo un empapador en forma de deliciosos champiñones y ricas gambas.

Al salir de Jarauta, por su salida a la calle de San Saturnino, nos encontramos con el coro de la Sociedad Napardi que, en el gótico atrio de la Iglesia, nos regalaba un Boga-Boga de lujo. ¿Quién da más por tan poco? Tras escucharlos, entramos en la vecina calle Ansoleaga atraídos por las notas de una agrupación que, a los pies de San Felipe Neri, lanzaba al aire jotas y zortzicos que nos hicieron levantar los brazos y dar giros a derecha e izquierda.

Y hubo más, muchas más actuaciones callejeras, fundamentales para las fiestas, pero no me caben porque no quiero dejar de reseñar algo que nada tiene que ver con lo anterior, pero que me parece digno de traerlo a colación. Este año he echado en falta algo, algo que llevábamos viéndolo prácticamente de toda la vida y que ya no está, no sucede, no se hace. Me refiero a la presencia de Damián Sánchez, el alcalde de sol, que cada vez que un coletudo cortaba una oreja, bajaba a la arena solemne y engalanado a ponerle ceremonioso el pañuelo rojo de nuestras fiestas. Este año un mozo peña bajó a colocarle un pañuelo a Roca Rey.

Los demás se quedaron sin él.

Por lo demás han sido unos buenísimos sanfermines.

Ya falta menos.

Besos pa tos.

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