Que la vergüenza cambie de lado. Y que cambie para siempre. Que ni una sola víctima más sea revictimizada por la sociedad ni por la justicia, normalizando que sean ellas, las mujeres violadas, las que tengan que cargar con la vergüenza y el silencio. Culpabilizándolas. Dudando de su verdad. Es lo que pidió Gisèle Pelicot, la mujer víctima de una de las agresiones sexuales más atroces de la historia reciente al ser violada por decenas de hombres tras ser drogada por su marido, que alentaba las agresiones en grupos de internet y las grababa. Ella pidió un juicio público y su rostro, el de una mujer adulta marcada por la peor de las vivencias, es también el rostro de una mujer que mira de frente a sus agresores y al mundo entero con entereza y valentía, para decirles que esa vergüenza la deben cargar quienes comenten el delito. Es difícil imaginar el dolor que hay en sus ojos por todo lo que no vio y ahora de golpe se le muestra con la dureza de la verdad, recogida en esos vídeos y fotos de las violaciones que sufrió, por hombres “normales” que se escudan en argumentos insostenibles para justificar unos hechos que solo tienen un nombre: Violación. Padres de familia ejemplares, profesionales respetados de todos los sectores y maridos atentos. Degenerados. Hombres que cosifican a las mujeres anulando su voluntad y abusando de ellas. Cuanta maldad está desfilando por ese juicio. Por eso es especialmente grave la actitud de algunos abogados de los agresores, entre ellos al menos una mujer, que se atreve a sugerir, incluso a gritos en la sala y también en las redes, que los actos fueron consentidos por la víctima. Algo que tristemente no es nuevo. Ojalá, esta vez sí, la vergüenza cambie de lado.