Era el verano de 1982 y mis colegas del pueblo se fueron al (ahora mítico) concierto de los Rolling. Y los que iban sin entrada y no la obtuvieron –la mayoría– juran que fuera del Calderón, y pese al tormentón que cayó, hubo un fiestón porque se oía de maravilla, y con eso bastaba y sobraba. 42 años después, los vecinos del Bernabéu oyen también a la perfección los conciertos de un estadio mal remodelado.

De hecho, demasiado bien, porque incumple la normativa de decibelios. Y como no les apetece tanto fiestón, y como son gente influyente –pasa lo mismo en la Caja Mágica o en el Mad Cool, pero la plebe del sur de Madrid ni pincha ni corta– han logrado parar los conciertos. Dicen los expertos que es muy difícil insonorizar el Bernabéu, por lo que peligra el negocio de Florentino: o se gasta otro pastón o le pide a Taylor Swift que cante más bajito. Poderosos contra poderosos. Como dicen ahora en las redes sociales: palomitas, aquí.