Justo al mismo tiempo que asistíamos a la penosa imagen de ver a una limpiadora en silla de ruedas obligada a reincorporarse a su puesto de trabajo en el centro escolar de Mendillorri, Elma Saiz sorprendía este jueves a propios y extraños al avanzar su intención de reformar las bajas laborales. Una modificación que abre la puerta a la posibilidad de trabajar parcialmente durante el tránsito hasta recibir el alta definitiva, pero que contiene detalles más que inquietantes.
Por el momento, la propuesta de la ministra de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, que ha sido recibida con el rechazo más o menos frontal de todos los sindicatos, no es más que un globo sonda. Llama la atención que haya pillado con el pie cambiado a compañeras de gabinete que se verían directamente implicadas si esta ocurrencia prosperase. Son los casos de las titulares de Trabajo y Salud, ambas de Sumar, que no ocultan su enojo por la propuesta.
En cualquier caso, la idea expresada por Saiz, que este viernes rebajó su anuncio a la categoría de apertura de un debate, no deja de ser una amenaza a derechos laborales históricos. Pese a que falta mucha concreción, lo expresado por la ministra pamplonesa habla de voluntariedad en la aplicación de esta flexibilidad, lo que en la práctica parece imposible de hacerlo con equidad dado que las dos partes implicadas no son iguales. Porque no olvidemos que de un lado estaría la visión del patrón o el jefe y del otro el trabajador, que no siempre van a ser coincidentes.
El planteamiento del Gobierno de Sánchez, que esta vez sí ha encontrado receptividad en la patronal, no es nada nuevo para los autónomos. Estos trabajadores por cuenta propia llevan toda la vida aplicándose a sí mismos las bajas parciales, pero esto es factible porque ellos son sus propios jefes. Y sobre todo porque los ingresos de la mayoría de ellos dependen de su trabajo, de ahí que recuperen la actividad laboral muchas veces de forma temeraria y poniendo en riesgo su propia salud.
También es cierto que personas con incapacidades temporales de larga duración, que sufren una importante merma en el sueldo, pueden ver con buenos ojos el regreso progresivo al trabajo. Pero en el caso de que esta propuesta llegue a puerto, habrá que hilar muy fino para que no suponga un retroceso en derechos que convierta en habitual la imagen de reincorporarse al trabajo en silla de ruedas.