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Pamplona Vidas ejemplares

Joseba Asiron

Perico de Alejandría (1818-1875): Un genio salido de la Inclusa de Pamplona

El siglo XIX fue extremadamente duro y violento en Pamplona, que padeció dos guerras contra Francia y dos conflictos carlistas, con la consiguiente miseria endémica. En este contexto vivió Perico Alejandría, un superviviente nato, abandonado al nacer, y un tipo cariñoso, genial y “depravado”.

Perico de Alejandría (1818-1875): Un genio salido de la Inclusa de Pamplona

En la inclusa de Pamplona

La Casa de Maternidad e Inclusa de Pamplona fue fundada en 1804 para acoger el enorme caudal de niños abandonados que generaba la sociedad de aquel tiempo. Como desde la perspectiva actual es difícil llegar a comprender la dimensión de aquel fenómeno, daremos un dato: en el siglo escaso transcurrido entre 1710 y 1804 un total de 14.022 niños y niñas abandonados fueron ingresados en Pamplona. Hijos no deseados, o de madres solteras, o de familias que no podían alimentarlos. Y otro dato más: la mayoría de ellos falleció antes de cumplir los tres meses. Los neonatos llegaban a la institución en unas condiciones pésimas, a menudo tras viajes penosos, llevados a cabo en cestos, prácticamente a la intemperie, y al llegar eran hacinados en cunas andrajosas y sucias, compartidas con criaturas que a menudo tenían ya sarna o sífilis. Su vida, además, dependía de nodrizas mal pagadas y socialmente estigmatizadas, que en el mayor agotamiento tenían que alimentar a varios niños a un tiempo, de los que recibían contagios y a los que transmitían sus propias enfermedades. Como consecuencia de todo ello, la cifra de fallecimientos antes de cumplir los siete años se acercaba al 100%. Perico fue abandonado en el caserón de la Meca en el paseo de Sarasate a las pocas horas de nacer, el 25 de noviembre de 1818. Fue depositado en el “torno” de la inclusa, envuelto en harapos, y bautizado al día siguiente, recibiendo el nombre del santo del día, Pedro de Alejandría. El hecho que probablemente le salvó la vida es que, muy pocos días después, fue entregado al matrimonio formado por Micaela Ezcurra, natural de Berrioplano, y Cristóbal Esain, pastor nacido en Zuriain. Ellos lo adoptaron, le dieron sus apellidos y su lengua materna, el euskara propio de la cuenca de Pamplona.

“Una conducta depravadísima...”

A lo largo de los siguientes años Perico aparece en los padrones municipales como Pedro Esain, pastor de profesión, con domicilio en la calle Descalzos y posteriormente en la Rochapea. En 1848 accede al cargo de pregonero municipal, y a partir de este año alteró su apellido, desglosando el nombre de su santo para dotarse de un nombre y un apellido diferenciados: Pedro Alejandría. En estos años parece que se mantuvo en una constante francachela, porque entre 1853 y 1855 fue detenido once veces por embriaguez, dos por “abandonado”, otras dos por carecer de domicilio conocido, y otra más por “estar llamando la atención”. Por todo ello fue cesado de su puesto de pregonero, y los alcaldes que se suceden en el cargo aquellos años, Luis Iñarra, Ramón Barasoain y Francisco Húder, emiten demoledores informes en los que le califican como “obsceno” y “beodo habitual”, afirmando que mantenía una “conducta depravadísima, con la que tiene escandalizada a la población”. El escritor Andrés Briñol Echarren relató una de aquellas “maldades” con que Perico escandalizaba a sus paisanos. Un día, al pasar junto al tragaluz de un sótano, se agachó para agarrarse a los barrotes y, con el culo en pompa, comenzó a gritar ¡sal de ahí, tienes que salir...! Cuando consideró que ya se habían congregado suficientes curiosos alrededor, Perico soltó un estruendoso pedo. Acto seguido se irguió y, con la mayor tranquilidad, dijo: “Ya ha salido, por fin...”. Con cosas como estas “escandalizaba” Alejandría a la mojigata Pamplona de su época.

En cualquier caso, las crónicas coinciden en presentar a Perico como un personaje inofensivo y que, cuando estaba sereno, era además simpático y amable. Así, se sabe que a menudo se acercaba a los enjambres de criaturas que poblaban entonces las calles de Iruñea, y que les enseñaba diversos juegos. A las niñas les enseñaba canciones para hacer “corros”, y a los chicos les adiestraba en el juego de canicas, que en Pamplona siempre se denominó “txulo” (zulo), por el agujero donde había que meter los bolos para ganar. También les enseñaba a jugar al “tres en raya” y a la “patusca”, que consistía en que cada jugador pusiera encima de un banco de piedra una moneda de poco valor (sobre todo “ochenas”, monedas de ocho maravedís) a las que tiraban canicas por turno, de suerte que quien lograra dar la vuelta a una se la quedaba.

“El Ruiseñor de la Rochapea”

A partir de la década de 1860 parece que Perico reordenó su vida. En estos años figura con el oficio de escribiente municipal e impresor, y se perfila como un prolijo escritor de temas locales. En 1863 fundó un periódico, llamado “El Pamplonés”, del que era director, impresor, reportero, repartidor y vendedor. Fue también bertsolari y autor de coplas, por lo que llegó a conocérsele, no sin sorna, como “el Ruiseñor de la Rochapea”. Entre sus obras, de temática variada, figuran: “La cartera de Perico: llena de mentiras, verdades, sandeces y necedades” (1862), “El Pamplonés. Guía de la ciudad y manual de curiosidad (1863)”, “Canciones de los quintos de las montañas de Navarra” (1863), “La cartera del rústico: costumbres populares de Navarra y su capital” (1864), “Noticia del Ilmo. Arnaldo de Barbazano, obispo de Pamplona por espacio de 38 años” (1865), “Programa de los fuegos de pirotecnia civil” (1866), “El Pamplonés. Fiestas del año 1867 con las tablas de equivalencias de los pesos de Navarra, Castilla y el sistema decimal” (1867), “Navarra jovial. Costumbres del siglo XIX” (1868), “La cartera de un navarro. Comodidad, utilidad e instrucción” (1868), o “Cantares de las fuentes de Pamplona y sus arrabales” (1871). Entre las ideas, algo estrambóticas y no carentes de ironía, que defiende en sus obras, está la de que Navarra contaba con tres idiomas propios: el euskara de la mitad norte, el castellano de la Ribera, y una tercera, mezcla de las dos anteriores, hablada en Pamplona y sus alrededores. Y como ejemplo de esta última aportaba una de sus coplillas, que rezaba: “Joana-Mari coge el chico/ pero no lagas quilicas/ lo pondrás cucurubico/ cuando quiera hacer chirricas”, donde “quilicas” serían cosquillas, “ponerse cucurubico” sería acuclillarse, y “hacer chirricas” sería utilizar el andador de los niños pequeños.

Hacia 1870 Perico logró hacerse con una colección de litografías (las postales de la época) de ciudades europeas, con las que protagonizó su más conocida travesura sanferminera. Fabricó un caballete, sobre el que puso una caja de madera con una mirilla dotada de lente de aumento, con la que ver las imágenes del interior. Puesto el artilugio en mitad de la plaza del Castillo, cobraba a los forasteros por disfrutar de las vistas de las ciudades extranjeras, mientras él hacía comentarios jocosos y tocaba un tambor para atraer a más clientes. En un momento dado, cuando se daba cuenta de que cruzaba la plaza algún prohombre de la ciudad, decía, por ejemplo: “Ahora verá usted pasar al excelentísimo señor José Javier Colmenares y Vidarte, alcalde de Pamplona”. Entonces, mientras el incauto se apretaba contra la mirilla, esforzándose por escrutar la litografía con la mayor atención, Perico retiraba la tapa posterior del cajón para dejar ver al alcalde atravesando la plaza del Castillo, al natural.

El final

Los años de estabilidad personal de Perico culminaron en 1872, cuando casa con una muchacha 30 años más joven que él, natural de Urepel (Baja Navarra), llamada María Zurguiña. Se establecieron en un piso municipal situado en la calle Pellejerías (Jarauta) y entonces, cuando todo parecía ir bien, un incidente precipitó la ruina de Perico. Su mujer se vio envuelta en una ruidosa pelea con una vendedora de carbón, y el matrimonio fue expulsado del piso que ocupaban. Luego, la rebeldía de Perico ante el Ayuntamiento provocaría su definitivo despido, tras recaer en la bebida y agredir a puñetazos a un alguacil. El matrimonio se encuentra entonces sin fuente de ingresos y expulsado de su vivienda, en una Pamplona asediada por los carlistas y atenazada por el hambre. Perico enferma de una fulminante pulmonía y muere el 28 de septiembre de 1875, cuando contaba 57 años. Desaparecía así un pamplonés inclusero, encantador, genial, creativo y, según algunos, un tanto “depravado”.